Por la senda de la evolución

AutorJuan Manuel Vial

Cuando se le otorgó el Premio Nacional de Literatura a Isabel Allende en 2010, año en que Chile celebró el bicentenario de su independencia, fuimos varios los que percibimos que el mentado reconocimiento, que hasta entonces gozaba de cierto prestigio, caía en el oprobio; una llaga purulenta, denunciaron los más alarmados, que desfiguraba para siempre el rostro de una institución otrora respetable. Ocurrió que, por primera vez, las llamadas consideraciones de mercado invadían un ámbito más o menos privativo de la literatura; y cuando digo de mercado, no excluyo al oportunismo político: los reunidos en el cenáculo que le dio los votos de distinción definitivos a Isabel Allende, funcionarios de un gobierno recién electo que anhelaba a toda costa congraciarse con quien fuese, poco o nada sabían de letras; su especialidad conocida era la de los números, razón de sobra, pensaron ellos, para aplicarle la aritmética de la popularidad a la peculiar geometría del valor literario. En suma, una autora de best sellers irrelevantes quedaba a la altura, al menos aparente, de aquellos portentos que habían recibido con anterioridad el mismo galardón: Huidobro, Mistral, Neruda, Edwards Bello, Donoso, Parra y un largo y honorable etcétera.

El premio a Isabel Allende nos hizo ver -a los críticos, a los lectores, a los periodistas culturales, a los editores, a los sicofantes de turno, a los funcionarios de la cultura, en fin, a todo el mundo- que algo, una moral vinculada a la estética, si pudiera así llamársele, se desmoronaba de un instante a otro. Y aun más relevante: la distinción a la autora de esa novela titulada El Zorro. Comienza la leyenda (versión cursi de la historia creada por Johnston McCulley) dejó en claro que la literatura de masas, amparada por el poder político, ya no era tan desechable como antes, pues gozaba ahora de una legitimidad que, aunque forzada, bien podía hacerla figurar en los libros de historia. La escena narrativa chilena es un reflejo fresco de esta situación: por una parte existe un puñado de escritores que venden muchos libros, mientras que en la esquina opuesta hay un grupo más numeroso, llamativo y variado que vende menos, es cierto, pese a que en rigor conforma eso que con propiedad ha de llamarse literatura chilena contemporánea.

Como es fácil de suponer, el primer grupo produce obras mediocres y ramplonas, intentonas fallidas que la crítica, entre cuyas voces me cuento, desprecia con fundamentos bastante acertados. En...

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