Isabel Sepúlveda Campos / Visiones divididas

AutorIsabel Sepúlveda Campos

Como todo aniversario respetable, la celebración de la vigésima edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara obliga a mirar hacia atrás para revisar qué y quiénes han contribuido para que esta fiesta literaria llegue a tener la importancia internacional de que se ufanan los organizadores y se asombran los habitantes de la otrora altiva y recatada Perla Tapatía. Raúl Padilla López y la Universidad de Guadalajara han sido las dos piezas fundamentales para que la FIL fuera posible y sea lo que es. La UdeG es la segunda universidad pública del País, tanto en importancia académica como en recursos financieros. En Jalisco, Padilla es un personaje controvertido. Rector de esa casa de estudios de 1989 a 1995, es reconocido por haber modernizado las estructuras académicas y administrativas de la universidad, pero también por haber maniobrado desde entonces para quedar, hasta la fecha, como su jefe máximo y llevar un férreo control sobre sus decisiones cupulares. De esta manera, Padilla ha podido utilizar los recursos humanos y económicos de la universidad para apoyar a la FIL, la cual preside desde su primera edición.

Otros factores decisivos para el buen éxito de la feria fueron el haberse instalado, desde su segunda edición, en el amplio Centro de Convenciones Expo Guadalajara e ir aumentando cada año su número de patrocinadores oficiales y privados, lo cual ayuda a equilibrar la influencia de Padilla y a que la carga económica se distribuya. Según sus organizadores, la FIL opera con números negros y sería raro lo contrario, dado el alto precio de alquiler de stands y salones de conferencias.

El primer acierto de Padilla fue nombrar a Margarita Sierra y Maricarmen Canales como directoras de la FIL durante casi 15 años. La organización, capacidad de trabajo y poder de convocatoria de estas dos mujeres forjaron paso a paso el vertiginoso crecimiento de la feria. Desde la tercera edición, tuvieron la visión de llevar a cabo la propuesta de Araceli Aguerrebere de crear un espacio infantil de gran calidad en la FIL, para formar a futuros lectores. Cuando consideraron que su ciclo había concluido, Sierra y Canales dejaron la dirección en los mejores términos. María Luisa Armendáriz las sucedió. Padilla perdió la brújula al nombrar a una persona que entendía de libros, no de política, por eso no comprendió los complicados arreglos del poder tras la FIL. Es cierto, los tamaños de la feria le quedaron grandes, pero también es real que no...

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