Sergio Aguayo / Balances

AutorSergio Aguayo

Los balances deben hacerse constantemente por la celeridad de los acontecimientos. Lo sucedido con Lydia Cacho, Ayotzinapa y la Guardia Nacional pone al día las agendas sobre víctimas y rescata la relevancia de las relaciones cívico-militares.

En México hemos interiorizado la creencia de que tenemos derechos y se ha disparado el número de quienes se movilizan y organizan en torno a causas muy precisas; los problemas vienen cuando queremos defenderlos. El calvario vivido por Lydia Cacho y los 43 de Ayotzinapa serviría para redactar una enciclopedia sobre el arsenal de triquiñuelas empleadas por las instituciones del Estado para preservar la impunidad.

Con eso en mente, ubiquemos dos eventos protagonizados por el subsecretario de Gobernación Alejandro Encinas. En representación del Estado pidió perdón a Lydia Cacho por las tropelías cometidas en su contra, desde que hace 13 años denunció con lujo de detalles a una banda de pederastas enquistados en la cúspide del poder político y económico. Luego instaló la Comisión Presidencial para la Verdad y el Acceso a la Justicia en el Caso Ayotzinapa.

Las tribulaciones de Lydia y las madres y padres de Ayotzinapa se empalmaron con el intenso debate generado por la creación de la Guardia Nacional. Lo comento con una pregunta clave: ¿Por qué hubo tanto rechazo a que la Guardia fuera comandada por un militar si, según encuestas y discursos, los soldados y marinos cuentan con una alta aprobación y reciben tantos elogios?

La resistencia se apoya en la evidencia de que los militares también han sido perpetradores. Es ridículo ponerlos al mismo nivel de los cárteles y las corporaciones policiacas, pero sería un desacierto negar sus errores y excesos. Las investigaciones de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y los estudios de Alejandro Madrazo y Catalina Pérez Correa, entre otros, han demostrado con sucesos y cifras que cuando los militares intervienen hay más muertos que heridos o detenidos y superan en denuncias por maltratos y tortura a la Policía Federal y a las corporaciones de los estados.

También pudo haber influido la claridad que se tiene sobre los riesgos de una concentración excesiva de poder. Están cercanas las etapas en las cuales los presidentes utilizaban a las Fuerzas Armadas como instrumento para intimidar, golpear y eliminar opositores.

Estaría, finalmente, el hermetismo de los militares. Aun cuando han crecido la cantidad y calidad de las interlocuciones entre...

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