Sergio Aguayo Quezada / El arte de la fuga

AutorSergio Aguayo Quezada

Oaxaca no es la excepción. Políticos y gobernantes hacen lo posible por evadir los conflictos políticos. Después de meses de hacerse el disimulado, y de pagar un altísimo costo humano y económico, el gobierno federal terminó usando la fuerza... para entregar el Palacio de Oaxaca a Ulises Ruiz.

Como Presidente, Adolfo Ruiz Cortines tenía un modo bien curioso de enfrentar los problemas difíciles: metía el expediente en un cajón y meses después lo sacaba y un buen número de ellos ya se habían resuelto. El método todavía se utiliza porque se cree que el inmovilismo esteriliza las protestas, sepulta los escándalos y resuelve de manera natural las disputas por el poder. La receta ya no funciona.

El jueves 26 de octubre, El Universal publicó en primera plana una declaración sorprendente. La violencia que azota Nuevo León (gobernado por el PRI) fue calificada por el subprocurador, Aldo Fasci Zuazua, como parte de la "normalidad" porque, explicó, el crimen organizado resuelve sus diferencias de esa manera (es decir, con levantones, ejecuciones y decapitaciones). El secretario general de Gobierno, Rogelio Cerda, fue más allá y supongo que salía de algún seminario motivacional, porque aseguró que todo se arreglaría cuando la plaza de Nuevo León ¡tuviera un "dueño definido", una organización criminal que controlara todo! Si así piensan los funcionarios de un estado que presume de eficacia y prontitud para manejar problemas...

En Oaxaca, el gobierno de Vicente Fox confirmó durante cinco meses su virtuosismo en la interpretación del arte de la fuga, del no hacer nada. En ese territorio lo derrotó el gobernador Ulises Ruiz quien, apoyado por su partido, se sentó a esperar y sobre su hamaca fueron cayendo los frutos: el PRI y el PAN se negaron, en el Senado, a desaparecer los poderes; y a los pocos días los federales llegaron a Oaxaca para reinstalarlo en Palacio... por la fuerza. Quién hubiera dicho que el PAN le entregaría el poder a un gobernador que ejemplifica aquellas víboras prietas (de la política) que alguna vez condenara Vicente Fox. Instalado en su palacio, Ulises se muestra taimado mientras surge el coro, conducido por Carlos Abascal, que lo exhorta a que, si no tiene inconveniente, respete la ley y le sugiere que piense si no sería bueno que se ausentara por el bien de Oaxaca.

El perredismo también sabe cómo hacerse el desentendido. En su principal reducto, la capital, ha entregado la calle a quienes la quieran. Se cierran las vialidades por...

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