Sergio González Rodríguez / Nueva crítica cultural

AutorSergio González Rodríguez

¿Cómo podemos criticar una cultura si ni siquiera la vemos? Entre los años 30 y los 40 del siglo anterior comenzó a surgir la crítica de la cultura en México bajo la influencia de dos corrientes del pensamiento moderno: el psicoanálisis y la fenomenología. Conforme se fortalecía la cultura urbana se afianzaba también el deseo intelectual de establecer vislumbre al futuro a partir de estudiar el pasado, en un giro que resonaba la inercia del historicismo.

La segunda mitad del siglo 20 trajo consigo otras influencias que se unieron a las previas para ampliar los modos de comprender la realidad, en particular, el marxismo y la huella decisiva de la crítica a la razón instrumental y a la industria cultural que ejemplificaría la Escuela de Frankfurt. Asimismo, la vertiente estructuralista de la antropología aportará avances importantes en el examen de la cultura mexicana. Entre los años 50 y los 80, aquel conglomerado de ideas serán las herramientas privilegiadas de nuestros pensadores. Resulta significativo que buena parte de la interpretación de la cultura mexicana tuvo sus mejores expresiones en tareas individuales más que en las institucionales, y se halló muchas veces menos cerca de la academia, que de la prensa. La urgencia de los cambios en el País, la rapidez de sus procesos modernizadores favorecían un tipo de pensamiento ágil, flexible, contemporáneo.

En los últimos 30 años, el País entró al igual que el resto del mundo en un nuevo ciclo de desarrollo cultural que se identificó con el "capitalismo tardío", el triunfo del mercado, la ideología liberal, la economía globalizada y la revolución tecnológica en la vida cotidiana. El "posmodernismo" se impuso como regla interpretativa de dichas transformaciones.

A pesar de la fuerza protagónica que llegó a tener la crítica de la cultura entre los años 30 y 40 y el último tercio del siglo, en tiempos recientes las preocupaciones de los pensadores mexicanos se volcaron a la comprensión de nuestra esfera política, y el imperativo cultural tendió a limitarse a la exigencia de las libertades del cuerpo, que a la vez expresaba una reducción del programa "progresista" para adecuarlo al régimen procedimental de la política.

La crítica de la cultura, como horizonte amplio, derivó en una especialidad de lo inmediato y entró en la pugna por el reconocimiento, que dependía -y aún depende- de un conjunto de instituciones políticas erosionadas, sujetas...

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