Signos del exilio

AutorNoé Jitrik

¿Qué queda del exilio treinta años después? ¿Después de qué? ¿Después de haberlo vivido durante un tiempo cuya marca de consistencia es la imprevisibilidad, la duración per se? O, más bien, ¿de haber llegado al lugar de exilio o de haber regresado al lugar de origen?

Las imágenes son precisas y fuertes para cada uno de estos tres lugares que son, a su vez, tres instancias o tres escalas en un transcurso parentético, siendo el paréntesis quizás el primero y más básico rasgo de lo que se conoce como exilio entendido como experiencia total, no sólo de este siglo, sino de todos los siglos. En su comienzo, el paréntesis implica una apertura del signo, en su transcurso es un lugar encerrado "entre" dos lugares, en su clausura es el cierre del signo. Pero cada uno de estos tres lugares está temporalizado, su marca tiene la forma virtual, imprecisa e indefinida, angustiante, del instante, que es lo que está ahí y desaparece en su misma presencia.

Lo fundamental, en el exilio, entonces, es el instante porque es definitorio y decisivo: el instante soporta la carga traumática de todo comienzo y el peso compensatorio de todo final y, en el medio, puntúa incesantemente una larga secuencia que constituye, ella sin duda, el depósito verdadero del exilio, o sea su memoria, mientras que el comienzo y el final son la materia sutil del olvido, el drama conjurado en el comienzo y por lo general olvidado, el drama dominado en el final y diluido en el reencuentro y por eso olvidado, el antes y el después de lo que en realidad aconteció como exilio, porque el exilio es, sobre todo, un acontecer de instantes, el exilio es puntillismo infinito, amenaza de prolongación. El exilio es un cuadro de Seurat sin las bellezas que los puntos, los instantes, rearman en el cuadro de Seurat ante los ojos asombrados del espectador. Que en el caso del exilio es también actor: esquizoide, el espectador se mira en los puntos y está al mismo tiempo en esos mismos puntos.

El cuadro posee, sin embargo, otras bellezas: hay que descubrirlas y desentrañarlas en el aspecto desdichado con que se presentan ante los ojos del exiliado; esa apariencia las encubre debajo de los desconcertantes disfraces que adoptan. Tengo una lista de esos disfraces: uno es la ropa del que mira mal al extranjero; otra es el traje de la dificultad que tiene el exiliado de entender el lenguaje y los códigos que siente como secretos del sitio en el que ha caído; otra es la vestimenta de la dificultad, como me...

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