Jesús Silva-Herzog Márquez / La estridencia

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

¿Cómo puede abrirse camino la crítica cuando la discusión pública es combate de extremos? ¿De qué manera podríamos acercarnos a la comprensión en ausencia de asideros elementales de objetividad? En asuntos complejos -y todos los asuntos públicos son complejos- no hay forma de hacerse de una idea propia si no se logra escapar de las simplificaciones de los interesados. Damos por descontada la parcialidad de activistas y políticos, las inclinaciones naturales de los afectados por una decisión. El problema surge cuando a esa motivada intensidad no la acompañan perspectivas serenas e informadas que aporten equilibrio. Quienes piensen por los atajos de la identidad tendrán suficiente con la controversia de polos y estarán cómodos ubicando su tribuna. La simpatía o la repulsión bastarán para colgarse de una idea ajena. Si soy militante de un partido, esperaré la línea de mi dirigencia para adherirme a su juicio. Si sigo a un caudillo, no tengo más tarea que seguirlo. Tal vez la hostilidad es un recurso más frecuente para evadir el juicio político. Aborrezco a ese partido a tal punto que cualquier causa que abrace es, para mí, sospechosa y repulsiva. Todo lo que promueva el poderoso aquel será detestable para mí.

La discusión pública mexicana se ha habituado a esa forma de rehuir el examen de nuestros asuntos. En efecto, en la medida en que suelen exponerse públicamente sólo las versiones de los extremos y se nos invita a decidir entre el blanco y el negro, renunciamos a la báscula de la ponderación. Aplaudir o abuchear: esas parecen ser las únicas tareas posibles de la ciudadanía ante un debate como el de la reforma de las telecomunicaciones en México. A celebrar o a maldecir. Hay varios elementos que han hecho de esa controversia política un ejemplo de nuestra torpeza analítica. En ese debate se enredan las más intensas antipatías del país, las expectativas más desbordadas de refundación nacional y una materia técnicamente oscura. El deseo de someter a los villanos, la retórica de una modernidad liberada de sus obstáculos y un vocabulario que excluye a la mayoría.

Lo que llama la atención es la ventaja de la estridencia. En un terreno como ése -o tal vez en cualquiera- la desmesura tiende a imponer tono. La estridencia no dicta...

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