Jesús Silva-Herzog Márquez / La jaula del sexenio

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

El ciclo político de Vicente Fox ha concluido. No hago ningún descubrimiento extraordinario. Todos los actores políticos actúan ya, situando al Presidente en el pasado. El mismo ha contribuido a adelantar su carácter pretérito. Se inició en las trincheras de la oposición, combatió a un régimen cerrado, escaló posiciones de poder y ganó la Presidencia de la República. Lo he dicho en una frase pero fue una hazaña. Ahí acabó la gesta. Intentó gobernar. Y, si gobernar es algo más que mantenerse a flote, debe decirse que no lo consiguió. Ganó los votos necesarios en el electorado para derrotar al partido imbatible pero no supo conquistar los votos suficientes en el Congreso para impulsar los cambios que se necesitaban, los cambios que él mismo definió como cruciales. Su ciclo ha concluido. No puede verse ya en la figura de nuestro jefe de Estado más que una presencia del pasado, una remembranza de lo que sucedió hace tiempo. Vicente Fox es el emblema del cambio que fue. Ya no es el símbolo de un cambio por venir. Hoy, después de incontables reveses, de un severo castigo electoral y de la abdicación a cualquier proyecto que orientara su administración, puede decirse que su vida política ha concluido. Es natural que así sea: la política es un juego de mortales.

Y sin embargo, Vicente Fox sigue siendo presidente de México. Deberá seguirlo siendo hasta el último minuto de noviembre del año 2006. Ahí podemos ubicar el problema central de nuestra política: la falta de coincidencia entre el ciclo político del Presidente y el plazo constitucional. Por una parte, el político ha perdido los hilos de la convocatoria y no es visto ya como el piloto que conduce la nave hacia alguna parte. Por otra parte, el Presidente mantiene sus facultades constitucionales intocadas y está obligado a permanecer en su cargo hasta el fin del sexenio. Estamos atrapados entre la evidencia de que el gobierno actual se ha quedado sin combustible y la imposibilidad de recargarlo de gasolina, cambiar de coche o de chofer. No vamos a ningún sitio. Estamos detenidos y el tiempo corre. Desde hace meses estamos atorados en el mismo lugar sin movernos un centímetro. Antes, por lo menos, nos animaba la ligera esperanza de que las ruedas se movieran en alguna dirección. Después de mucho ruido, vimos que no rodaron. Permanecieron dormidas, aplastadas por los desacuerdos. El sexenio se ha convertido en una jaula. No nos podemos mover porque la Constitución nos amarra a la cada vez más...

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