Sinaia: La llegada a tierra libre

AutorFrancisco Morales V.

El 13 de junio de 1939, el Puerto de Veracruz cerró sus establecimientos y talleres. Sus calles, sin embargo, bullían de emoción: desde el Ayuntamiento hasta el muelle, por todo lo largo, una masa uniforme de gente, expectante, aguardaba en orden el arribo de un vapor proveniente de Francia.

A la vanguardia de ese contingente multitudinario, con banderas y pancartas, 20 mil obreros mexicanos esperaban, atentos, las indicaciones de sus dirigentes.

"Bien Venidos Camaradas Españoles", se leía en el toldo que coronaba un arco dispuesto justo en la que habría de ser, para los recién llegados, la entrada a México. Más visibles que el mensaje, sin embargo, estaban las siglas del organismo sindical encargado de reunir a todo el gentío, la Confederación de Trabajadores de México (CTM).

Los primeros vítores, los gritos y la música comenzaron a sonar tan pronto pudo verse que, en el horizonte, el barco Sinaia se aproximaba con sus mil 599 exiliados. Su semblante era inconfundible: en uno de sus mástiles, galante, ondeaba la bandera de la Segunda República Española.

"El pueblo veracruzano, que hizo gala de una hospitalidad verdadera, dedicó a nuestros compatriotas un recibimiento inenarrable, manifestándose como pueblo hermano en ideales (...)", según se narra en la memoria oficial del encuentro, el invaluable Documento Quintanilla.

Tras el martirio del viaje, la dicha sincera. La cubierta del Sinaia, desbordante, se vio totalmente llena cuando se oyó el anuncio de tierra a la vista.

En las fotografías que Paco, Faustino y Cándido Mayo -ellos mismos, exiliados a bordo- tomaron de ese momento, ha quedado patente por siempre la emoción rotunda de los hombres, mujeres y niños que, por fin, tras 18 días de viaje ultramarino, llegaron a México hace 80 años.

"(Mi memoria registra) no sólo la cauda incontenible de impresiones sonoras y visuales y el río jubiloso que se desborda en nosotros al pisar al fin tierra libre, sino la intensa emoción que nos sacude todo el cuerpo ante los veinte mil obreros que nos saludan en el muelle, agitando sus brazos, alzando sus estandartes y pancartas, y lanzando sus entusiastas vítores", recordaría el filósofo Adolfo Sánchez Vázquez, entonces de 23 años, sobre el desembarco en el país que sería su casa.

Para los asilados, la guerra, el hacinamiento y la persecución quedaban atrás, en España, con los numerosos familiares y amigos que estarían por emprender el viaje, y los que no llegarían jamás.

Frente al Ayuntamiento, los...

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