SOBREAVISO / Cambio, ritmo y tono

AutorRené Delgado

El largo periodo de transición resultó corto. Al gobierno entrante le cuesta encontrar la armonía y coordinación, el ritmo y tono de su acción.

Los dos sobresaltos registrados -los efectos provocados por la cancelación del aeropuerto y el propósito de reducir o eliminar el cobro de comisiones bancarias-, así como la tensión con algunos factores de poder informales, han generado costos contantes e incertidumbre creciente. Sin embargo, conviene recordar, todo cambio radical supone turbulencia y resistencia.

Cambios de esa índole demandan calibrar con qué tanto poder y respaldo se cuenta, establecer prioridades, elaborar estrategias y, en esa condición, determinar cuántos frentes se pueden abrir y atender al mismo tiempo. A la par, es menester administrar correctamente el escenario, pausar la actuación y acción, incluso dejar apreciar las tareas ya realizadas y evitar que la siguiente atropelle a la anterior.

Respirar es vital, sobre todo, si se quiere evitar el ahogamiento.

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Si la velocidad, el tiempo y la sorpresa son factores fundamentales en la pretensión de operar un cambio de régimen, la precipitación y el desbocamiento pueden frustrarla o entorpecerla, si no es que despistar la posibilidad de concretar esa transformación.

Desde luego, la capacidad del presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, para fijar y mover la agenda política a su libre albedrío le ha dado ventajas y ampliado su margen de maniobra. Coadyuva a ello la ausencia del gobierno saliente que, con la cabeza en el socavón, reitera que se va sin dejar al país en crisis, aunque sembrado de una enorme cantidad de desafíos, el eufemismo para ocultar los graves problemas que hereda. Contribuye también en favor del presidente electo la ineptitud de las dirigencias de los partidos opositores para entender y atender a fondo y rápido la causa de su respectiva crisis y, eventualmente, remontarla. López Obrador domina la escena: hace política en despoblado, sin adversario ni contrapeso al frente.

Esa actitud proactiva del mandatario en ciernes ha colocado a otros factores de poder en una postura reactiva. Sin mediadores ni recursos políticos, la reacción -a veces sobrerreacción- de ellos va a la zaga de los planteamientos o acciones del gobierno entrante y enrarece la atmósfera. En esa tesitura, los síntomas de una confrontación amenazan el propósito de llevar a cabo los cambios en paz, sin sobresaltos ni rupturas. Y, de nuevo, sin ignorar que los cambios generan resistencia...

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