SOBREAVISO / Mártires del espectáculo

AutorRené Delgado

Mártires de la popularidad, súb- ditos del spot, estrellas de la videopolítica y esclavos de su productor o patrocinador, los políticos mexicanos son singulares en el afán de mantenerse, a como dé lugar, en el ánimo de la ciudadanía... y cada vez practican menos lo que supuestamente saben hacer: política.

Se enamoran con facilidad de las artistas de televisión o de quien tenga algo de popularidad que compartir. Confiesan sus más íntimos secretos a las revistas del corazón, pero después exigen respeto a su vida privada. Invitan a celebridades internacionales aunque no sepan ni quiénes son. Visten cualquier disfraz con tal de figurar. Inventan fantasmas para justificar sus fracasos o ganar rounds de sombra. Lanzan spot tras spot aunque, con su rintintín, perforen el tímpano del elector.

Curiosamente, en ese incontenible deseo de ser el primer protagonista de la nación y mostrarse diferentes de los demás, casi todos terminan por echarse en brazos de su patrocinador y por parecerse más entre sí.

En esa subcultura política, todo sirve para la promoción personal y el crecimiento de los índices de popularidad.

Igual sirve el combate al crimen que la entrega de despensas a los necesitados, el calentamiento global, la inauguración de una obra sin terminar, la firma de un importantísimo acuerdo, el corte del listón de un local comercial, el uso de los anhelos nacionales para beneficio personal y, desde luego, la palabra, ese instrumento fundamental devaluado de más en más.

Ese infernal aparato de propaganda tiene por costo no sólo el uso de recursos públicos para fines privados sino, sobre todo, las ataduras que con sus propias manos tejen los políticos para quedar amarrados a los factores reales de poder que sonríen al verlos caer en su red o bolsillo.

Así, esos poderes fácticos aseguran que, si su patrocinado corona su ambición con el puesto indicado, será inofensivo si intenta afectarlos. El político podrá hacer la revolución que quiera, excepto en la milpa, el sindicato, la industria, el banco, la televisora o el negocio de su patrocinador o productor.

En el irrenunciable deseo de traer encima luces y micrófonos, cada político presume tener su estilo personal aunque, en realidad, la mayoría hace lo mismo sin excluir el ridículo.

Así, se ha visto a un gobernador calzar zapatos de golf al ir en auxilio de los damnificados por un huracán, a un candidato frustrado sacar su jet ski para rescatar gente de una inundación, a otro gobernador abordar un...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR