SOBREAVISO / Soltar lastre del Pacto

AutorRené Delgado

Sólo el instinto de sobrevivencia y el ansia de poder connatural a todo político explican los arrestos como también la ingenuidad del presidente Enrique Peña Nieto y de los dirigentes partidistas para pretender, a partir de un Pacto fincado en la voluntad, asegurar un edificio cuya estructura -de los cimientos al penthouse- acusa cuarteaduras y amenaza con derrumbarse.

La impunidad, causa de las cuarteaduras, urge acciones mucho más osadas, firmes y radicales si se quiere conjurar el derrumbe. Frena esa acción un insostenible espíritu de cofradía y un malentendido sentido de unidad. Se perdona a quien se debe castigar. Se encubre a quien hay que descubrir. Se entiende bamboleo por estabilidad. Se confunde solidaridad con complicidad. Se quiere no agitar las aguas cuando se navega en un mar embravecido.

El jefe del Ejecutivo y los dirigentes partidistas están obligados a reconocer una deficiencia del Pacto suscrito: no basta la buena voluntad y el exhorto reiterado para someter o contener a quienes corrompen la estructura de ese edificio; a quienes roban y venden el acero que lo vertebra como fierro viejo; a quienes lo desmantelan en beneficio propio a costa del bienestar general. Están obligados a reconocer eso, y algo más: no sólo en el campo electoral se cimbra el edificio.

La descomposición política y social que desestructura al país, que un día estalla aquí y otro allá y siempre sacrifica lo importante por lo urgente, reclama redimensionar el tipo de acción a emprender si de reconducir al Estado se trata.

Es tiempo de depurar, no de reciclar. De reformar, no de parchar.

* * *

Durante años -15 cuando menos- el desencuentro político y, por lo mismo, la falta de acuerdos echaron abajo el gradualismo como la vía para reformar oportunamente el edificio, adecuando su condición y función. La divisa de los ajustes fue de más a menos: de lo deseable a lo posible, luego de lo perdido a lo que aparezca.

Esa circunstancia, así como la miopía y la ambición, condujo a la clase política a entablar alianzas y formular arreglos de ocasión para sostener y administrar el edificio, aun cuando no se gobernara. El remedio salió más caro que la enfermedad: empoderó a corporaciones, gremios y caciques de toda laya, desbocó a movimientos y grupos inconformes o desesperados. Por la vía del halago, el patrocinio, la presión, la extorsión, el chantaje, los bloqueos o incluso las armas, contra la pared y sufriendo el síndrome de Estocolmo -la veneración de sus...

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