Stanford, un gringo a caballo

AutorErika P. Bucio

Con sus casi 2 metros de altura y de ojos verdes, el color de la "billetiza gringa", Thomas Stanford llegó a la costa chica de Oaxaca, a caballo, cargando una planta de luz y una grabadora Grundig.

Era diciembre de 1956 y ni carreteras había. Aquel gringo con tantos cables y micrófonos debía estar chiflado. Quería saber, por ejemplo, cómo en Jamiltepec se enterraba a los muertos.

"Estudiar la música de la gente es un halago", dice el etnomusicólogo de 85 años, cobijado por la sombra, en los jardines de la Fonoteca Nacional, que resguarda su colección de 5 mil registros sonoros.

Durante 50 años, recorrió los caminos de México, a veces en jornadas de 12 horas a caballo para alcanzar las comunidades más remotas. Barrió prácticamente Mesoamérica. Y ni un rasguño.

"Me iba de maravilla. Podrían pensar: este gringo tiene una técnica fabulosa, pero la razón es que estaba investigando música, y la música, universalmente, expresa identidad", cuenta Stanford.

Lo más enfermo que estuvo fueron unas fiebres que lo postraron mes y medio, recién llegado a la costa oaxaqueña, hasta que en 2005, en La Ceiba, donde tomaría un camión para Pantepec, resbaló y se fracturó la pelvis. Decidió que ya no haría más trabajo y se dedicaría a organizar sus materiales.

Tanto sol también terminó por arruinar su vista. Padece degeneración macular, un trastorno que daña irremediablemente la visión central. Pero nunca quiso llevar lentes oscuros.

"Parecía policía", se carcajea.

Siguió la regla de jamás pagar a sus informantes.

"Desde un...

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