Sugerencias del gourmet / Nada qué hacer

AutorG.L. Othón

La pizza es un tema de gran seriedad: con sólo un puñado de ingredientes humildes se puede hacer algo sublime y lleno de matices

Hay muchas pizzerías en la Ciudad que demuestran una gran evolución en el tema. Tienen diferentes estilos y grados de autenticidad. Ya que existen referencias impecables, no hay por qué no aspirar a la perfección.

A unos pasos del Bosque de Chapultepec, Grande Sorriso es un pequeño restaurante que está muy cerca de una zona con numerosas oficinas. Es angosto y tiene dos pisos decorados en blanco y verde bandera.

La carta es corta: pizzas, algunas entradas, ensaladas y paninis. Se recomienda como especialidad de la casa, la Burrata mediterránea ($210), con jitomate secado al sol y una ensalada de arúgula tristona. La burrata no sabe cremosa y fresca, como se espera. Llega con un domo de pan hecho en el horno, con sal y aceite de oliva.

Por otra parte, los Espárragos verdes con pecorino y balsámico ($120), fueron un insulto a la inteligencia. Literalmente eran tres espárragos partidos a la mitad, acomodados en un tejido, como un proyecto de manualidad escolar para el día de las madres. Los diminutos triángulos de queso se perdían entre hojuelas de almendras.

Y empezaron a llegar las pizzas. El primer paso es una buena masa. Hay muchos estilos, desde el napolitano con sus notas ácidas y textura resistente; el neoyorquino, dorado parejo y un poco más firme; la siciliana, con una pasta más cercana a una focaccia y ni siquiera mencionar la de Detroit o el controvertido estilo profundo de Chicago.

Pero la masa de la Pizza soto bosque (chica $160) era más parecida a una galleta salada: no tenía borde contundente, ni el agradable sabor de una masa con buen fermento. Los ingredientes, además de la salsa de jitomate y un queso que estaría mejor en una quesadilla, eran jitomate secado al sol, corazones de alcachofa, portobello -que se perdió en el camino- y láminas de champiñón que quedaron inaceptablemente crudas. No hay que...

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