Ensueño y suplicio

AutorArmando Fuentes Aguirre, 'Catón'

Primeras palabras

La familia de mi padre era conservadora, de católicos ultramontanos. A la rosa de más encendido rojo en el jardín mis tías Fuentes la llamaban "luto por Juárez", y cuando aquellas pudibundas señoritas iban al lugar más reservado de la casa, decían con sonrisa cómplice: "Voy a ver a Juárez".

La familia de mi madre era liberal, con tintes jacobinos y revolucionarios. Mi tío Raúl, masón acabalado, contaba cosas tremendas de los curas. Iba a la librería religiosa de don Felipe Brondo, tan buen señor él, y le preguntaba desde la puerta de la calle de modo que lo escucharan las monjitas y beatas que ahí compraban libros de devoción edificantes:

-Don Felipe, ¿tiene usted el catecismo del pendejo Ripalda?

-¡Señor Aguirre, por favor!

-Pues entonces -preguntaba mi tío con fingida inocencia-, ¿qué quiere decir la pe de "P. Ripalda"?

Estoy hecho por partes iguales, pues, de partes desiguales: las dos opuestas partes en que los mexicanos hemos estado divididos siempre desde que somos mexicanos: indigenistas e hispanistas; liberales y conservadores; revolucionarios y reaccionarios... No hemos podido conciliar aún esos extremos; la historia, en vez de unirnos nos separa.

Existieron dos distintos relatos de la historia. Uno es el de la historia oficial que prevaleció hasta el final del siglo XX; otra es la que podríamos llamar "la visión de los vencidos", para usar la expresión de don Miguel León-Portilla. A la primera pertenecen los textos autorizados para su uso en las escuelas públicas, y los relatos de los historiadores liberales. La segunda visión está en la obra de autores de "la conserva", que propusieron una visión diferente del pasado mexicano. Su obra se conoce poco; editarla era casi un acto heroico, y los historiadores de esta afiliación fueron objeto de hostilidad, y marginados.

En cierta ocasión vino a mis manos una colección de casetes de audio que contenía la grabación de una serie de conferencias sobre historia de México que don Eugenio del Hoyo, notable historiador zacatecano avecindado en Monterrey, dio una vez por semana, durante un año, a un grupo de empresarios regiomontanos. Escuchar las disertaciones de ese excelente maestro fue para mí una revelación. En ellas está la semilla de estas páginas, que son homenaje a su inspirador. Me reveló don Eugenio una versión de los hechos nacionales totalmente distinta de aquella que aprendí en la escuela. Aquellos a quienes yo veía como héroes impolutos eran en verdad hombres que cometieron grandes yerros, y aun traiciones; los que tenía yo en concepto de villanos tuvieron rasgos de héroes, y amaron con sincero patriotismo a México.

Ese relato me impresionó profundamente. He aquí que mis conocimientos sobre la historia mexicana no eran tales, sino un acumulamiento de mentiras y mixtificaciones. En esa relación muchas verdades eran ocultadas, o sufrían deformaciones graves. Empecé a leer por mi cuenta, yo, que nunca había...

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