Tiempo de navegar

AutorAlejandro Rosas

No parecían ser los mejores tiempos para cruzar el Océano Atlántico. No, al menos, si se atendía a las noticias provenientes del extranjero en los primeros días de abril de 1912. Varios accidentes marítimos habrían hecho dudar a los más supersticiosos, pero Gustavo Aguirre Benavides no lo era y viajaba a Europa a bordo del vapor alemán Frankfurt.

Tenía 15 años de edad cuando dejó su terruño; cambió el silencio del desierto de Coahuila por el sonido del mar rompiendo en el casco de la nave. No era un viaje familiar al cabo del cual estaría de vuelta en unos días; tampoco una visita a la capital del estado o a los pueblos vecinos; era, sin más, el viaje de su vida. Sus padres habían decidido enviarlo a Berlín a estudiar.

Cierta inquietud traía Gustavo; días antes de embarcarse leyó en la prensa mexicana que la niebla se levantaba como un fantasma que asolaba los siete mares. El 3 de abril, los vapores Siria y Peninsular -de bandera inglesa- chocaron en el Mediterráneo. Un intenso banco de niebla provocó la colisión y, aunque no hubo víctimas, los dos buques sufrieron averías considerables.

La noticia pudo pasar desapercibida en tierra firme, pero, en medio del océano, difícilmente. Gustavo había hecho buenas migas con el tercer oficial Herbert y a media mañana subía al puente de mando para conversar, pues en ese momento el radiotelegrafista le entregaba las noticias más importantes de las últimas horas. El Frankfurt había zarpado de Galveston el 6 de abril y dos días después recibió información de que el fuego se había convertido en el verdugo de otra embarcación: el vapor Notario, que salió de Baltimore, rumbo a Boston (...).

No dejaba de ser extraño, incluso para alguien como Herbert, con años de experiencia navegando, que en abril se estuvieran registrando tantos accidentes. Uno más fue informado el 9 de ese mes, cuando la muerte hizo acto de presencia en las aguas del río Nilo. Muy cerca de El Cairo, un vapor que transportaba 300 personas chocó con otra embarcación.

La noticia de un nuevo accidente llegó hasta la estación inalámbrica del Frankfurt. El 11 de abril de 1912, en Tenerife, España, un temporal azotó al vapor austriaco Sofía Comberg. A pesar de las averías que sufrió la nave, el capitán tenía la certeza de que no se hundiría; sin embargo, desesperados por el movimiento del barco, muchos pasajeros fueron víctimas del pánico e invadieron la cubierta, unos con la intención de arrojarse al mar y atar su suerte a los chalecos...

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