En tierra de gaviotas

AutorFlorencia Podestá

Cuando se llega desde algún otro punto de Chile, desembarcar en Chiloé es como entrar en otro país con una personalidad singular. La historia aporta su explicación; Chiloé fue ocupada por los conquistadores españoles en 1567, pero permaneció aislada -por ser zona lejana y de navegación difícil- hasta 1853, cuando se fundó Puerto Montt. En esos tres siglos se desarrolló una sorprendente cultura intramuros en la que confluyó la herencia hispana, la cultura del pueblo Mapuche y Chono, y el influjo del mar. Esto también le dio a Chiloé una economía autosuficiente y una temporalidad propia, independiente de las velocidades mundanas; al caminar sus tierras nos parecerá que hemos viajado hacia el pasado un par de siglos y que nos encontramos en alguna Europa medieval campesina, en donde cada agricultor trabaja su parcela con un arado tirado por bueyes, y muele su trigo con antiguos molinos de madera impulsados por el flujo de un arroyo. El paisaje ya no nos perturba con las inmensidades salvajes de la Patagonia; se ha vuelto humano. Las colinas suaves -en rombos de verde y oro- se dejaron modelar dócilmente por el trabajo del granjero.

En el lenguaje de los Cunco (pueblo mapuche nativo), Chiloé significa "tierra de las gaviotas", un buen nombre para este sitio que vive con el pulso del mar. Dos veces al día hay grandes mareas que pueden tener hasta siete metros de amplitud. Por eso muchos chilotes viven en palafitos, casas construidas en la orilla sobre altos pilotes de madera, que con cada marea parecen flotar sobre el agua como balsas. En la bajamar, los mariscos y peces quedan atrapados en las rías y son recolectados por los pobladores. Así nos llegan los sabores más característicos de Chiloé. Nadie que vaya a la isla puede dejar de probar el salmón rosado, el curanto, las ostras y las innumerables especies de mariscos fresquísimos.

Los chilotas son muy religiosos. En todas las casas vemos las paredes tapizadas con imágenes de santos y de la virgen, por no hablar de las 150 capillas que existen en la isla, obra de los jesuitas bávaros que vinieron en el siglo 18. Las iglesias de Chiloé son especiales; al estilo de las iglesias alemanas, de madera de alerce y muy antiguas.

El cristianismo, sin embargo, no es obstáculo para las leyendas mapuches y la explicaciones mágicas. La más hermosa y triste es la leyenda del "Caleuche", una especie de "Nave de los Locos", un barco lleno de fantasmas de hombres que han muerto en el mar. En el "Caleuche" hay...

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