Tlatelolco: La otra reconstrucción

AutorAndro Aguilar

Fotos: Jose luis Ramírez

La gravedad de la Suite de Bach, que una niña de 12 años reproduce con un violonchelo de unos centímetros apenas más pequeño que ella, cubre por momentos el espacio que hace 30 años ocupaban 288 departamentos en una mole de 40 metros de altura.

Fernanda Nayelly frota las cuerdas sentada en una de las gradas del Reloj de Sol, construido en la huella de mil 989 metros cuadrados que dejó el edificio Nuevo León en la Unidad Habitacional Nonoalco Tlatelolco. Practica ahí antes de ensayar con una orquesta infantil en Tepito.

Aún con el uniforme de la secundaria a la que asiste en la colonia Agrícola Oriental, la niña coloca sus partituras en el piso disparejo y las fija con una botella de agua.

Acude tres veces por semana a la principal cicatriz del sismo de 1985 en Tlatelolco.

Fernanda sabe que aquí es donde el tenor Plácido Domingo colaboró en los trabajos de rescate, un año después de participar en el filme de la ópera favorita de la niña y de su madre: Carmen.

Sentada en el epicentro que simbolizó la caída del utópico México moderno de los 60, Fernanda tiene otra certeza: a los 22 años será directora de orquesta, como lo es también Plácido Domingo, quien se presentará esta semana en la Plaza de las Tres Culturas para conmemorar a las víctimas del sismo que devastó el corazón del país hace 30 años.

Podría parecer que, con la música de Bach que emite el chelo de Fernanda, los cimientos del Nuevo León que quedaron ahí, y sobresalen en el área, emergen tres décadas después suspendidos en el tiempo. Pero se trata sólo del efecto de hundimiento de la ciudad.

El Reloj de Sol inaugurado en 1991, cuando la superficie plana permitía que la sombra de la manecilla marcara la hora sobre el piso, es un lugar de tránsito cotidiano por su cercanía con el Paseo de la Reforma.

Pocas personas permanecen en el lugar. La mayoría sale a jugar con sus niños o a pasear con sus mascotas. Provienen principalmente de otras colonias, como Fernanda, o como la señora Olga Duarte, quien aprovecha el espacio para que su nieto juegue como no lo puede hacer en la colonia Morelos, donde viven.

Mientras observa a su nieto de 7 años de edad trepado en la manecilla del reloj, Olga Duarte relata que ella también llegaba hace más de 30 años a Tlatelolco a jugar. Se divertía con otros niños a bordo de uno de los seis elevadores que tenía el edificio Nuevo León, hasta que algún residente los reprendía.

Los "tlatelolcas", afirma, veían por arriba del hombro a la gente de colonias aledañas como ella. Una barrera que el sismo parecía haber derrumbado, cuando muchos de los voluntarios en las labores de rescate provinieron de esos barrios. "Me acuerdo y el cuero se me pone chinito de nuevo", confiesa Olga.

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Con el terremoto de 1985, en Tlatelolco ocurrió un cisma social del que, tres décadas después, sus habitantes no han terminado de reponerse.

En esta "ciudad dentro de la ciudad", como fue promovida en su estreno en 1964, la caída del Nuevo León provocó casi 500 muertes oficialmente, aunque los vecinos señalan que fueron más de mil, además de los damnificados de esas y otras viviendas.

Los tlatelolcas recuerdan su colonia con nostalgia por los buenos tiempos. Algunos suspiran cuando describen los pisos blancos y brillantes de la Plaza de las Tres Culturas, los jardines puntualmente podados y los mosaicos venecianos en los muros de los edificios, cuya imagen poderosa, fotografiada por Armando Salas Portugal, fue el estandarte internacional del México boyante y próspero de hace cinco décadas.

Los casi dos minutos de temblor sorprendieron a Tlatelolco en condiciones muy distintas a las del nacimiento de la unidad; el crecimiento del PIB ya no era de 6.73 por ciento como en 1964, sino de apenas de 0.18.

El sismo fue un corte de caja. La crisis económica y el adiós definitivo al Estado protector se combinaron con la muerte de familiares y amigos, las modificaciones del espacio público y la huida de la mitad de los vecinos que dejaron el miedo, el estigma de riesgo y la puerta abierta para la llegada de miles de rostros desconocidos, que se incorporaron como los nuevos tlatelolcas en este territorio cargado de historia.

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Como hace tres décadas, Antonio Fonseca Martínez, ahora de 69 años, camina por el andador del edificio Nayarit en la tercera sección de Tlatelolco...

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