TOLVANERA / Madres

AutorRoberto Zamarripa

El nuevo siglo mexicano tiene como denominador común la cultura de la aniquilación. En las cifras apelamos a la normalidad inducida, al ya ni modo, al así es en todos lados. El exorbitante crecimiento de muertes y desapariciones, llevadas en cuenta puntual por organismos civiles y también por los gobiernos, simboliza el cúmulo de deudas y deudos de un país al límite.

Es largo ya el periodo de normalización de la violencia y la extensión del miedo como factor de gobernabilidad, de una obediencia arrodillada.

Tenemos dos décadas sin reposo donde prevalece una cultura de separación basada en el odio y la eliminación del otro. Los ejecutores de la violencia matan o desaparecen en medio de un tramado de poder que hace a un lado a quienes estorban o alteran las circunstancias de dominio establecidas. Al que estorba el negocio del huachicol, al testigo de las atrocidades policiacas, al muchacho empleado para cavar fosas y eliminado para no revelar dónde se encuentran. Las ejecuciones y las desapariciones destrozan y disuelven cualquier posibilidad de testimonio. Muertes sin testigo, actas sin nombre y sin firma, enormes vacíos, rupturas de sociedades, de familias, de nexos, de relaciones personales, laborales, intercomunitarias.

El despojo de nuestra dignidad, el arrebato violento de nuestra condición a partir de actos de eliminación brutal, son las bases de un sistema que desprecia la vida.

Estas dos décadas impusieron una estigmatización. Están muertos y desaparecidos porque lo merecían, por sus malas compañías y sus malos procederes. Una estigmatización expandida a los deudos. Y una manera de mantener a raya los reclamos de justicia.

La vergüenza del duelo. Cómo llorarle a alguien que me dijeron que era pandillero o sicario. O por colocarse en el lugar equivocado en el momento equivocado. Ese azar tan amafiado.

Lo que la impunidad impone es el temor para indagar. Quien husmee causas, quien indague razones, quien excave fosas con sus palas propias lo hace porque es cómplice. Y lo sostienen los victimarios y sus asociados. Mejor ni reclame porque le va peor.

Por eso la resistencia a ese entronizamiento de la impunidad es loable y agradecible. Los reclamos de...

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