TOLVANERA / Perversidad

AutorRoberto Zamarripa

¿Lo criminal o lo social? ¿La reforma política o la reforma estructural? ¿Una por una o todo junto?

Al país se le juntaron las urgencias. Es más violento que hace una década; también más pobre; es menos democrático que en el 2000 no obstante las alternancias y padece la inoperancia de una clase política renuente a reformas de gran calado.

Los mapas dibujados en julio por el INEGI con su Encuesta Nacional de Ingreso y el Coneval con sus resultados sobre la pobreza mexicana en el 2010 presentan un panorama escabroso. Un territorio minado por millones de mexicanos alejados de posibilidades de inserción pronta en el mundo de lo laboral, que atisban las oportunidades del subsidio, más no del trabajo, y caminan entre el territorio pedregoso de la guerra y la descomposición social.

¿Por qué no invertir las prioridades? Debatir lo social, no lo criminal. Un debate capaz de girar la mira para desvincular la pobreza de la criminalidad o la pobreza del clientelismo político.

La mitad de la población del país es pobre, como quieran verse las cifras o como quieran desagregarse: pobres alimentarios, pobres de capacidad, pobres extremos, pobres entre los pobres. El escenario es simple y doloroso: un mapa pintado de carencias con tonalidades más intensas en algunas entidades, lo que sirve simplemente para confirmar las reglas de la inoperancia del gasto público en materia social o para colocar las medallas de mala administración a los gobernadores del descaro.

La pobreza es vista como caldo de cultivo de la delincuencia. Sí pero no. No todo pobre será narco, ni todo narco nació pobre. El crimen organizado pretende controles territoriales para garantizar sus actividades tanto de trasiego de drogas como de migrantes y las colaterales de secuestro y extorsión. Se sirve de los pobres pero también opera en las zonas de los ricos. En todo caso, sienta reales en la pobreza para fincar su operación criminal, vía soborno y sometimiento. Pero su lubricante fundamental es la corrupción.

Y también la pobreza es vista como el enorme mercado de la legitimidad de la clase política. Comprar el voto será el primer paso para amarrar el subsidio. Como candidatos, los políticos sobornan y establecen un precio al sufragio de los pobres. Como gobernantes, intentan prolongar su legitimidad con subsidios que alargan la perversidad.

Ya se ha dicho mucho: el ingreso nacional total tuvo una caída de 6.8 por ciento y el ingreso promedio familiar se desplomó en 12.3 por ciento. El...

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