Una tradición al margen

AutorAlberto Chimal

La palabra ficción, para muchas personas en México, equivale a ciencia ficción. Y este término, que para otros tantos designa cualquier tipo de narración con tema fantástico, las reduce todas a la misma estatura nimia: Borges y Calvino al lado de Han Solo y Harry Potter. Esta confusión es la primera dificultad a la hora de examinar la tradición, disjunta y despreciada, de lo fantástico mexicano.

Por otra parte, si bien su panorama es extraño y su suerte casi siempre adversa en nuestras historias literarias, su rareza puede, en verdad, describirse por medio de esta paradoja: como muchos otros movimientos, subgéneros y escuelas, existe desde antes de tener nombre, de que se le definiera y se escribiera su programa.

En efecto, la línea de novelas y cuentos que pueden llamarse propiamente fantásticos: que reaccionan consciente y dedicadamente contra la "realidad" objetiva y sus definiciones de los siglos 18 y 19, comienza a fines de este último, con las imaginaciones de Pedro Castera, Eduardo Urzáiz y otros que reciben igual influencia de los románticos, de Edgar Allan Poe y de Julio Verne, de Auguste Comte y los ocultistas del fin de siécle. Ahora, sin embargo, nuestra comprensión de esa rebeldía y sus posibilidades nos permite verla -aunque a veces con más belleza que verdad- en textos desde el Popol Vuh hasta el Primero sueño.

Al actuar así podemos imaginar una raigambre virtual de lo fantástico: si no verdadera, en todo caso interesante porque deja ver cuántos consagrados (y no tanto) han escrito siquiera una vez sin pensar en los cartabones del realismo "realmente existente". No sólo Sor Juana, Efrén Rebolledo o el oscuro Manuel Antonio de Rivas: El dedo de oro, de Guillermo Sheridan, es una novela de anticipación, como Cristóbal nonato, de Carlos Fuentes; Hugo Hiriart, Juan José Arreola y Salvador Elizondo tienen la imaginación en el centro de sus obras mayores; Pedro Páramo, de Juan Rulfo, tiene muertos que hablan y fantasmas entre sus personajes... Tal vez lo fantástico no esté, como se creía, en el margen del canon nacional, reducido a anomalía o a error.

Por otro lado, se le sigue percibiendo allí, y por tanto se le desprecia (llamar "fantástica" la obra de un escritor sigue siendo, para algunos, el modo inapelable de negarle todo merecimiento), lo que debería ser un ejemplo notable para los estudiosos de la recepción literaria. Las razones son, sobre todo, políticas: varias veces en nuestra historia -y en especial luego de la...

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