Tragedia en la plataforma

AutorEmiliano Ruiz Parra

CIUDAD DEL CARMEN.- La noche del lunes 22 de octubre Alfredo de la Cruz vio en la televisión un reportaje sobre los accidentes en la Sonda de Campeche. En el último percance, ocurrido días antes, había muerto un trabajador en el incendio de una barcaza. Alfredo de la Cruz se fue a dormir esa noche con la seguridad de que a él no le ocurriría un accidente de esa naturaleza.

Los trabajadores del departamento de mantenimiento se reunían a ver televisión en el camarote del ingeniero José Ramón Granadillo. Ahí seguían las telenovelas, los noticiarios o platicaban con un refresco. La charla en el cuarto de Granadillo era una agradable recompensa a la jornada de 12 horas laboradas a bordo de la plataforma Usumacinta. Granadillo confiaba en el equipo que había conformado por años y sus trabajadores lo veían más como amigo que como jefe.

Solidario y paciente en la faena, al ingeniero de 37 años le gustaba charlar de su vida familiar en su natal Emiliano Zapata, Tabasco. Sus compañeros de la Usumacinta estaban invitados a los 15 años de su hija que se celebrarían el 28 de diciembre. En ese viaje también les iba a presumir la yegua que estaba entrenando para las carreras del pueblo.

Alfredo de la Cruz, mejor conocido como Pensamiento desde una década atrás, se fue a la cama tranquilo. Disfrutaba de sus sueños, que lo remitían a su familia, sus hijos y nietos y a su primer bisnieto de un año de edad.

Granadillo les había avisado a sus empleados que el frente frío número 4 se acercaba al Golfo de México. Los frentes fríos no eran motivo de desalojo de las plataformas petroleras de la Sonda de Campeche; sólo los huracanes ameritaban la evacuación de los 18 mil obreros de altamar, como había ocurrido con la llegada del Dean de agosto pasado, de acuerdo con las prácticas de la capitanía de puerto.

La vida en la Usumacinta era similar a la de cualquier plataforma móvil de la Sonda de Campeche. Se laboraba en jornadas de 12 horas y guardias de 14 días de trabajo por 14 de descanso, salvo los trabajadores a prueba que llegaban a acumular 38 días sin regresar a tierra. Los obreros, conocidos como ATP (ayudante de trabajo de perforación), cumplían de 07:00 a 19:00 o de 19:00 a 07:00 horas. Los trabajadores especializados, como los mecánicos o electricistas, debían estar disponibles las 24 horas aun cuando hubieran cumplido con su jornada diurna.

Una plataforma es autosuficiente: dispone de un módulo habitacional con cuartos colectivos para los obreros y habitaciones individuales para los oficiales, un helipuerto, un comedor donde se sirve en cuatro horarios diferentes y un sistema de potabilización de agua salada. Una vez a la semana un barco conocido como "comisaria" provee alimentos congelados. En la Usumacinta se apreciaba el sazón de la cocinera María del Carmen Aguilar.

La Usumacinta había llegado a la plataforma fija Kab 101 el jueves 18 de octubre a terminar de perforar uno de los tres pozos, y desde el domingo 21 se había desplegado el cantiliver, una estructura de acero retráctil donde se asientan el piso y la torre de perforación.

La plataforma había batallado para asentarse. Las tuberías no se ubicaban en donde reportaban los planos y las maniobras de posicionamiento demoraron tres días con la ayuda de buzos y barcos remolcadores.

A las 9:00 de la mañana del martes 23, el golpe del frente frío sacudió a la Usumacinta. Las olas se acercaban a la base de la plataforma, 15 metros arriba de la superficie marina. Sergio Córdoba, a quien sus compañeros apodaban El Negro, sintió el movimiento oscilatorio, el temblor suave que provocaba el golpe de las olas, y el sonido metálico de las cuñas de acero que rozaban las patas de la plataforma.

Granadillo y Sergio Córdoba acudieron al cuarto de radio. No había dudas, el frente frío entraba con la fuerza de un huracán categoría uno: la máquina registraba rachas de viento de 136 kilómetros por hora. El jefe de mantenimiento ordenó a sus trabajadores evitar las labores en la cubierta y concentrarse en los cuartos de trabajo.

-¡Hay una fuga de gas sulfhídrico en el contrapozo! -gritó el soldador Guadalupe Momenthey al filo de las 11:00 horas.

El olor a huevo podrido llegó pronto al módulo habitacional. Sergio Córdoba vio una cortina de humo, entre blancuzco y amarillento, que salía del pozo. Sonaba como una manguera suelta de aire comprimido.

Pensamiento temió que el gas sulfhídrico, más pesado que el aire, se concentrara debajo de la plataforma y con cualquier chispa se produjera una explosión. El gas sulfhídrico, pensó, era altamente tóxico y una breve exposición podía causar la muerte.

La alarma de Momenthey fue el inicio del caos. Los obreros dejaron sus herramientas y corrieron al helipuerto, identificado como la zona segura de la plataforma en caso de fuga o incendio. Sergio Córdoba y su ayudante, Rigoberto Mendoza, desenergizaron la plataforma y se colocaron a la espalda sendos tanques de oxígeno, conocidos como "equipos de respiración autónoma". Sergio alcanzó a ver que dos trabajadores bloqueaban la salida del módulo habitacional.

-¡Déjenlos salir, no se queden ahí, acuérdense de la Piper Alpha -gritó. La Piper Alpha era una plataforma en el Mar del Norte en donde murieron asfixiadas 62 personas en el módulo habitacional.

Los trabajadores sintieron la furia del viento de la que habían huido cuando el huracán Dean. Se empezaron a escuchar gritos y llantos.

-¡Nos vamos a morir! -se oyó un grito.

-¡Este tanque está vacío y la cascada no tiene oxígeno! -se quejó un trabajador de su equipo de respiración autónoma. La empresa de seguridad industrial Vallen había abandonado la plataforma cuatro días antes porque se había agotado su orden de servicio y habían inhabilitado el sistema de relleno de los tanques de oxígeno, conocido como "cascada".

La fuerza del gas lanzaba al aire borbotones de aceite que manchaban los cuartos de trabajo, el módulo habitacional y los botes salvavidas.

La población de la Usumacinta se concentró en el helipuerto. Los trabajadores se acostaron o se arrodillaron, aferrados a la malla dispuesta en el piso para amortiguar el descenso de las naves.

La fuga de aceite y gas provocó una crisis de casi tres horas en la Usumacinta. El helipuerto se convirtió en un escenario de gritos, de imploraciones a Dios para no morir asfixiados. Del tercer nivel de la plataforma, donde se concentraron los superintendentes, llegaban algunas noticias parcialmente tranquilizadoras: "viene el apoyo en camino".

Al filo de las 14:00 horas los superintendentes de la plataforma ordenaron cerrar la válvula de tormenta: era la última opción para controlar la fuga de aceite y gas. Ellos eran Miguel Ángel Solís, de Pemex, y Guillermo Porter, de Perforadora Central, la compañía propietaria de la Usumacinta. Ambos morirían horas después en el bote de salvamento número dos.

Con el cierre de la válvula de tormenta, alrededor de las 14:20 horas, siguió una tranquilidad enjundiosa entre los trabajadores. Era como disponerse a tomar un baño caliente después de atravesar una tormenta. Los que estaban hincados o acostados se pusieron de pie, agradecieron que la fuerza de los vientos dispersara el olor a podrido del gas (durante la crisis se pensó que la fuga era de gas sulfhídrico, pero después se comprobó que se trataba de gas amargo) y se quitaron los tanques de oxígeno.

Al trabajo pendiente se sumaba limpiar la plataforma de las manchas de aceite. Sergio y Rigoberto empezaron por la máquina auxiliar. Sergio esperaba la orden de Granadillo de activar la energía eléctrica de la plataforma. El corte de luz se había hecho para eliminar las chispas y con ello evitar una explosión o un incendio. Con la fuga controlada la urgencia era regresar al trabajo.

-¿Oye, Negro, esto es normal? -preguntó el cabo Nicolás González cuando vio una exhalación de gas en el pozo.

-No, no es normal, avísale al viejo -respondió Sergio Córdoba. El viejo era Guillermo Porter, de 73 años, superintendente de la Usumacinta.

En pocos minutos la desesperación volvió a la plataforma. El cantiliver había degollado el árbol de válvulas y provocado una segunda fuga al filo de las 15:30 horas.

-Negro, ya no hay control, es la última válvula... hay que irnos, yo creo que vamos a evacuar -le dijo Granadillo.

Una convicción se apoderó de los superintendentes, de los intendentes, del capitán de la plataforma, de los cabos, los ATP, de los mecánicos y electricistas, de los cocineros y los meseros, del conjunto del personal de la Usumacinta: después del cierre de la válvula de tormenta no existía una segunda oportunidad sobre la plataforma.

Y abajo, la violencia del mar, las oleadas de ocho metros, las rachas de viento de 130 kilómetros por hora.

El helipuerto se volvió a llenar de trabajadores: en el caos se revolvieron los tanques de oxígeno y se iniciaron las voces de alerta, algunas ciertas y otras equivocadas.

-¡Yo no sé nadar! -levantó la voz la cocinera.

-¡Ya agarró fuego! ¡Ya agarró fuego! -alarmó falsamente un obrero.

A lo lejos apareció el barco Morrison Tide, que acudía al rescate. Por el efecto de las olas el barco parecía un submarino: aparecía altivo sobre una cresta y desaparecía de súbito como si el mar lo tragara en los valles de las olas.

Pensamiento meditó sobre las dificultades del rescate: un helicóptero no podría acercarse: los vientos lo vencerían como a una mosca. El remolcador tampoco tendría éxito porque podría chocar contra las patas de acero de la plataforma. Lanzarse a la mar en los botes de salvamento, conocidos como mandarinas, tampoco garantizaba la sobrevivencia...

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