Un trago de whisky

AutorAndrés Reséndez

Acostumbrados a una vida ruda y simple, los pobladores de la frontera norte no habían tenido oportunidad de adquirir objetos tan diversos y de tal calidad, a precios bajos. Hasta antes de la consumación de la Independencia, los habitantes fronterizos estaban obligados a comprar exclusivamente productos españoles, mucho más caros y de igual o menor calidad. En 1822, el nuevo mexicano podía adquirir productos norteamericanos y de otros países gastando menos de la mitad de su dinero. El regocijo era evidente. Las caravanas de extranjeros que llegaban a las plazas eran precedidas por el griterío y la música. El entusiasmo era generalizado. La estancia de los forasteros era suficiente motivo para organizar fandangos y peleas de gallos. La Independencia en verdad auguraba un futuro venturoso.

Sin embargo, el paso de los años habría de poner las cosas en su justa dimensión. El hecho de que tales objetos procedieran de un país extraño y de que los principales beneficiarios fueran los extranjeros motivó acaloradas discusiones. Para esa primera generación de patriotas la cuestión de fondo era cómo construir la nación mexicana justo en un momento en el que la dependencia comercial y material con el exterior era evidente. En una época también en la que los comerciantes extranjeros prosperaban a costa de las carencias de los mexicanos, y cuando la moda -para la élite por lo menos- era emborracharse con licores de ultramar y curarse con medicinas importadas.

El caso de los vinos y licores de importación ilustra la actitud ambivalente que los primeros mexicanos tuvieron hacia ese nuevo mundo material procedente del norte. Por supuesto que desde antes de la liberalización comercial de 1821-1822, los habitantes del norte de la Nueva España habían mostrado entusiasmo por las bebidas alcohólicas de producción local. Sin embargo, en poco tiempo, los mercaderes norteamericanos descubrieron que la importación de licores era uno de los ramos comerciales más rentables.

Los recibos de importación de la década de 1820 indican cuantiosas introducciones de brandy, vino europeo, ron, whisky, cognac y ginebra. La demanda de whisky era tal, que algunos empresarios norteamericanos decidieron además construir destilerías en México para poder servir a sus sedientos clientes. Un optimista observador pronosticó en 1835 que Coahuila y Texas muy pronto desplazarían a países como Italia, Suiza, e incluso Francia en la producción de "exquisitos licores". En el norte de Nuevo...

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