Tras las huellas de Leonardo Patterson

AutorFrancisco Morales V.

Desde hace casi una década, el Estado Mexicano, a través de tres de sus instituciones, libra una batalla contra un solo hombre.

El costo para el perdedor es alto: 691 piezas arqueológicas provenientes de gran parte del territorio nacional que, por lo pronto, se hallan almacenadas en una bodega en la ciudad de Munich, Alemania.

El adversario de México, un extravagante coleccionista de arte precolombino llamado Leonardo Patterson, ha probado ser eficiente moviéndose por los intersticios de las leyes internacionales y locales del comercio y transportación de bienes arqueológicos.

Para muchos, incluido el gobierno mexicano, es uno de los más notorios traficantes de patrimonio del siglo XX.

La colección privada que lleva su apellido, actualmente incautada, llegó a contar con más de mil tesoros de toda la América prehispánica, incluidas piezas peruanas, guatemaltecas, ecuatorianas, costarricenses y mexicanas.

La historia de cómo se hizo con ellas es estrafalaria e improbable, y va desde la selva maya hasta las grandes capitales europeas; desde un pueblo cerca del mar en Costa Rica hasta la médula del contrabando internacional de patrimonio latinoamericano.

Mientras esto es publicado, México pelea en tribunales bávaros por que se ratifiquen dos sentencias dictadas en contra de Patterson en noviembre: una por fraude y otra que le obliga a devolver al país dos bustos olmecas. El coleccionista costarricense, nacionalizado alemán, actualmente apela los fallos.

De concretarse, no serían victorias pequeñas, pero sí dos que llegaron lentamente, tras una historia de omisiones y tropiezos.

Desde el 2007, el INAH, la PGR y la Cancillería han buscado la repatriación del patrimonio, con escaso éxito. Por ejemplo: cuando en 1996 la colección fue dada a conocer a través de una magna exhibición en Santiago de Compostela, España, causando un escándalo académico internacional, el INAH tardó más de una década en realizar una sola denuncia.

Otra más: con dos averiguaciones previas abiertas por la PGR, antecedentes penales en otros países y una ficha roja de la Interpol, Patterson fue dejado en libertad tras ser detenido en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, en 2011.

A México también se le impone, como contraste, un caso de éxito ajeno: las adecuadas gestiones de Perú, que ya ha logrado recuperar casi todo el patrimonio de ese país que tenía el coleccionista. La saga de Leonardo Patterson, aunque lleva décadas en marcha, apenas acumula momentum para las autoridades mexicanas.

El cazador de espíritus

En julio del 2001, la revista inglesa Polo Times dedicó su portada a un inusual jinete. Todo de blanco, Leonardo Patterson -en gran forma para sus entonces casi 60 años- cabalga sobre un musculoso corcel café, con el mazo en la mano derecha, gallardo.

El hombre es capitán y dueño de su propio equipo de este deporte ecuestre, uno de los más costosos y exclusivos del mundo. Entre los nombres de sus adversarios, como CS Brooks Foxcote y Cirencester Park, el de su escuadra destaca por una sonoridad ajena a Inglaterra: Cahuita, el nombre de su pueblo natal.

Leonardo Augustus Patterson nació en 1942, pobre y ambicioso, en ese pueblo de la provincia costera de Limón, Costa Rica. Descendiente de migrantes jamaicanos, el niño de sangre afroantillana habría de llegar a codearse, décadas después, con el jet set del coleccionismo mundial.

O al menos así quisiera ser recordado.

A lo largo de sus muchos roces con la ley, Patterson ha concedido muy pocas entrevistas. La más famosa y extensa, de tres horas, fue para la agencia Associated Press, en 2008.

De ahí proviene la fábula de un niño costeño que, tras encontrar una vasija de barro a los 7 años, enterrada en uno de los campos de batata en los que laboraba, halló su destino de preservar lo que él, románticamente, ha llamado "el espíritu de la América prehispánica".

Para la elaboración de este artículo, Patterson fue buscado a través de uno de sus abogados, sin respuesta. La forma en la que contesta a los cuestionamientos sobre la licitud de su colección, sin embargo, siempre resulta igualmente evasiva.

"La única cosa que he sacado de una tumba es el espíritu de nuestros antepasados", dijo en otra entrevista, otorgada dos años después al diario alemán Süddeustche Zeitung, con su colección ya incautada en Munich.

Para México, dicha "extracción espiritual" resulta oprobiosa: de acuerdo con un listado de la Colección Patterson, ésta contiene piezas de al menos ocho culturas distintas, provenientes de 16 estados de la República. Predominan bienes arqueológicos olmecas y mayas.

Hasta que no se finquen responsabilidades, sólo quedan las hipótesis de sus detractores, usualmente bien fundamentadas, de cómo ocurrió esto.

"(En un principio), Patterson fue con su gente por Guatemala, sospechan, por esas junglas, robando los tesoros", dice en una llamada de Skype, desde Amsterdam, el detective de arte Arthur Brand.

Desde hace meses, Brand, un defensor de arte conocido en todo el mundo, es el testigo estrella del gobierno mexicano en su pugna contra Patterson, su rival natural.

Entre sus casos más sonados, está la recuperación de dos caballos monumentales de bronce que Hitler ordenó crear para colocarlos a las puertas de la Cancillería del Reich, en Berlín, y que luego desaparecieron por décadas.

Su consultoría, Artiaz, fue creada para ayudar a la policía y a particulares a luchar contra huaqueros -allanadores de sitios arqueológicos-, falsificadores y traficantes. Lo mismo ha recuperado arte robado por milicias ultraderechistas en Ucrania que restituido a sus dueños algunas piezas hurtadas durante la Segunda Guerra Mundial.

"Como él es un hombre muy inteligente, supo lo que era valioso y lo que no, ése fue su truco", juzga Brand sobre el hombre al que le ha propinado embates jurídicos y periodísticos durante más de una década.

A decir suyo, Patterson pertenece a una estirpe relativamente común de contrabandistas que, durante décadas de escasa legislación y tratados internacionales en materia de patrimonio cultural, se valieron de huaqueros para amasar colecciones personales importantes y piezas muy costosas para su venta.

El ojo del costarricense para seleccionar lo...

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