'Trato de conservar cierta inmadurez'

AutorJorge Ricardo

Fotos: Odette Olguín

Juan Villoro sacude con impaciencia una de sus piernas. Se acaricia la barba. Parece que busca algo.

-Perdí mi llavero de la suerte -dice.

Su primer juguete fue un llavero con el escudo del Barcelona. Se lo regaló Luis Villoro, su padre. El objeto le produjo una afición por el futbol y una manía por frotar las llaves para concentrarse mientras escribe y cuando está ansioso. En una ocasión, el llavero se le cayó de las manos. Lo recogió su hija de 11 años y le dijo: "¡he heredado el negocio de la familia!".

-Últimamente he perdido muchos llaveros, espero que no sea un indicio de Alzheimer.

Es una broma: Juan Villoro es memorioso. Para escribir sus crónicas recurre sólo a la memoria: lo importante de un suceso es lo que se queda.

El lugar es solitario, silencioso. Es el jardín hasta el fondo de su casa en Coyoacán. Hay árboles tan altos que no se les ve la punta y, más tarde, cuando anochezca, hará un poco de frío. La voz de Juan Villoro rebota contra los cristales de la terraza, se pierde en el jardín. Habla de su próximo ingreso a El Colegio Nacional.

-A los 20 años me hubiera parecido imposible y amenazante. Sólo pensaba en desmarcarme de los mayores. Mi padre había escrito La significación del silencio y yo escribía crítica de rock, lo contrario al silencio. Por suerte, la edad te da oportunidad de pacificar ciertos excesos juveniles.

Ahora tiene 57 años y el 25 de febrero, cuando ingrese a El Colegio Nacional, le pasará eso que a los 20 no imaginaba o imaginaba con miedo: estar en un mismo grupo académico junto a su padre, el filósofo Luis Villoro.

Su padre nació en Barcelona en 1922, llegó a México en su adolescencia después de crecer en Bélgica, donde aprendió latín, inglés y oratoria. En 1978 ingresó a El Colegio en la cúspide de su carrera académica, que incluía estudios en La Sorbona y un doctorado en la UNAM en Filosofía.

En 1948, Luis Villoro fundó el Grupo Hiperión, el colectivo más importante de filosofía que ha dado México, y algo muy lejano a Fusifingus Pop, un grupo de rock que a los 11 años fundó Juan Villoro y en el que tocaba la melódica, el pandero y era vocalista. El grupo rendía tributo a su principal influencia intelectual de entonces: La Pequeña Lulú, donde había una flor mágica, Fusifingus, psicodélica.

-Mi papá se preocupaba mucho por mí. Decía: "¿de qué vas a vivir?", él pensaba que la única posibilidad de ingreso seguro era que hiciera un doctorado, y yo con una dosis de rebeldía bastante absurda dije que no iba a tener una formación universitaria sólida.

Si bien a El Colegio han pertenecido un matrimonio (el médico Ramón de la Fuente y la historiadora Beatriz de la Fuente) y un par de hermanos (José y Julián Ádem Chahín, matemático y geofísico), nunca habían estado al mismo tiempo un padre y un hijo, mucho menos un hijo que había renunciado a la academia luego de su egreso de Sociología en la UAM Iztapalapa. Su ingreso será el número 94 en la historia. Se integrará al grupo de intelectuales y artistas con la insistencia de quienes lo ven como el intelectual de izquierda sucesor de Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes y José Emilio Pacheco, por más que él no vea la comparación con buenos ojos.

-Lo decisivo para cada uno de nosotros es tratar de ser diferentes. Yo no quisiera ser, como en una línea de semáforos, el cronista número cuatro o el cronista número cinco de tal tema, sino simple y sencillamente el que puedo ser yo. Ya hay demasiadas cosas interesantes en la cultura como para tratar de imitarlas -argumenta.

-¿Su ingreso es la prueba de que se puede llegar a la academia por otros medios?

-La pregunta toca el alma del Colegio, que surgió para que gente que no siempre da clases, o que lo hace en un circuito restringido, se acerque a otras personas. Sí, el Colegio reconoce el trabajo artístico como una forma esencial del conocimiento y la pedagogía, algo que no siempre ocurre en las universidades.

-¿En qué se parecen su papá y usted?

-La principal similitud es que nos irritamos mucho por cosas que no valen la pena, contratiempos caseros y asuntos de ese tipo, y en cambio nos apasionamos con problemas de muy difícil solución. Supongo que también heredé algunos aspectos de su manera de hablar, lo cual es un poco enigmático porque él aprendió retórica y oratoria con los jesuitas y no sé si las enseñanzas de la Compañía de Jesús pasen por vía genética.

· · ·

Es una tarde de jueves de febrero. Hace un momento, Juan Villoro levantaba la mano como si despidiera a un barco que se aleja. Pero no era una despedida: "Es aquí", dijo, sonriendo. Y luego condujo hasta el fondo de su casa. Ahí, en una terraza...

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