La última cabalgata de Felipe Ángeles

AutorAlejandro Rosas

Llevaba al cinto dos pistolas calibre 38 Especial. En su montura cargaba, además, un rifle 8 milímetros Springfield con su dotación de cartuchos y una Historia general de los Estados Unidos, escrita en inglés, que leía y releía al acabar cada jornada.

Era todo el equipo que el general Felipe Ángeles traía consigo al cruzar la frontera la noche del 11 de diciembre de 1918, luego de un largo y agotador exilio en Estados Unidos. Se internaba en México como un apóstol, no como un soldado:

"Vengo en misión de amor y de paz. Vengo a buscar la manera de que cese esta lucha salvaje que consume al pueblo mexicano, unificando en un solo grupo a todos los bandos políticos que existen en la actualidad en el suelo de la república, sin distinción de credos".

El encuentro con Francisco Villa fue grato. Se habían separado tres años antes, pero no existían resentimientos que impidieran un fuerte abrazo. En 1919 las espectaculares cargas de caballería de las brigadas villistas eran tan sólo un recuerdo. Villa permanecía en pie de guerra pero nunca pudo sostener una campaña de grandes alcances.

Para Ángeles debió ser doloroso mirarse bajo circunstancias tan adversas. El oficial de carrera, gloria del Colegio Militar, experto en la ciencia de la guerra, se incorporaba a un vulgar movimiento guerrillero. Estaba dispuesto a beber el amargo cáliz de la incomprensión, las humillaciones y la soledad si con ello podía cumplir su misión. Acompañó a Villa en su última campaña e intentó sembrar semillas de paz y concordia en un terreno donde sólo florecían matas de violencia.

Con el regreso de Felipe Ángeles, el campamento villista se llenó de optimismo. El general en jefe se veía contento y aceptó varias recomendaciones de su artillero. Incluso, durante las primeras semanas, Villa se ajustó a un régimen de dos horas diarias de ejercicio porque, a juicio de Ángeles, tenía unos kilos de más. La tropa no daba crédito cuando veía al gran Pancho Villa esforzándose por mantener el ritmo de Ángeles. El Centauro reconocía la superioridad física del ex director del Colegio Militar, pero el desquite llegaba con la práctica de tiro, donde Villa era imbatible "pues su pistola era mágica y difícilmente mentía a 150 metros de distancia" -recordaría después José María Jaurrieta, su secretario particular.

Los años en el exilio no habían minado la personalidad del general. Seguía mostrando su porte distinguido; alto, delgado, sereno, de finas maneras y reservado en sus comentarios...

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