La última frontera

AutorRodolfo G. Zubieta

ENVIADO

CABO DE HORNOS, Chile.- Las aguas que abrazan Cabo de Hornos son, quizá, el paso marítimo más peligroso del planeta. Lo que también lo hace el más deseado.

Esto, porque justo ahí se reúnen impetuosamente los océanos Atlántico y Pacífico, aunado a otros intensos fenómenos atmosféricos que generalmente impiden desembarcar en el denominado Fin del Mundo, en el último recoveco de la Patagonia.

Por su latitud, el Cabo se distingue por su clima frío; las temperaturas más altas no rebasan los 14 grados centígrados en verano (enero y febrero) y disminuyen hasta los menos dos en invierno (julio y agosto).

Además, llueve con regularidad; las precipitaciones pueden alcanzar hasta mil 357 milímetros, según las mediciones meteorológicas en Ushuaia, en el lado argentino.

Y el viento puede ser letal; puede pasar de 70 a 180 kilómetros por hora en cuestión de segundos. Para muestra un botón, su corriente de oeste a este genera olas de hasta 15 metros de altura.

La sensación de vulnerabilidad recorre el cuerpo entero, sobre todo al saber que la profundidad del mar en esta latitud oscila entre 2 mil y 3 mil metros, y en el que, según varias leyendas locales, poco más de 800 barcos se han perdido en estas aguas desde el siglo 16, cobrando la vida de al menos 10 mil arriesgados navegantes.

Por eso, sorprende que, a 650 kilómetros de la Antártida y en medio de la última trinchera de la superficie chilena insular, viva una pequeña familia de cuatro integrantes, completamente aislada del mundo.

Ellos son los Valenzuela: Andrés, patriarca y Alcalde de Mar en Cabo de Hornos; su mujer, Paula; su hijo Matías, de 12 años y Melchor, su juguetón perrito poodle.

Los chilenos fueron seleccionados de entre 400 familias capacitadas para manejar el faro, que sirve como guía a los navíos, y para realizar apreciaciones meteorológicas que transfieren por satélite a Punta Arenas.

Su morada, ubicada en un extremo de la isla (con una superficie de 63 mil 93 hectáreas y una altura de 425 metros), incluye cuatro habitaciones (una para visitas), una sala de radio y televisión, cocina, dos baños y una pequeña capilla.

Ahí, los papás de Matías fungen como sus maestros, la familia ve películas en Blu-Ray, cocinan juntos, juegan futbol cada que el clima lo permite y llevan una vida normal, feliz y libre.

La única diferencia es que sólo ven otros rostros cada tres meses, cuando la Armada de Chile los abastece de comida y algunos navíos, como los cruceros de expedición Australis...

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