Unen tradición y plástica

AutorSergio R. Blanco

Cuando Anita Hernández borda se pone los lentes para ver de cerca y, durante horas, coloca la mente y los ojos en la aguja: "Me concentro para no equivocarme, porque si cuando bordo voy a estar pensando en otras cosas, pues me distraigo".

La tarea también es cosa seria para María Victoria Reyes, otra de las bordadoras de la pequeña comunidad hidalguense de Jaltocán, pero ella asume la labor de otro modo: aprovecha el ensimismamiento de su oficio para repasar esas otras puntadas que cosen su mundo.

"Mientras bordo, estoy pensando en mi esposo que va a ir a trabajar, a qué hora llega, qué le voy a dar de comer, y estoy pensando en mis hijos, en mis hijas, en mis nietas".

Para ellas, y para otras 11 mujeres más de Jaltocán, bordar es literalmente el centro de la vida, no tanto por saber que están preservando un legado cultural, sino porque con sus piezas también apoyan económicamente a sus familias. Manteles, servilletas y blusas bordadas con colores vivos que suelen representar flores y, en ocasiones, animales o formas geométricas son los productos que más venden cuando bajan al pueblo cercano.

A veces inventan los patrones, y otras se basan en las formas que saben que se comercializarán mejor, desde paisajes sofisticados que les llevan meses de trabajo, a motivos con la Virgen de Guadalupe o -por qué no- caricaturas de Disney. También innovan, pero eso supone un riesgo comercial.

"Para nosotras, mujeres indígenas, es muy importante bordar, porque en la escasez que se vive en las comunidades es muy difícil", dice Ana Teodoro Hernández, la hija de Anita.

Pero más allá del trabajo, el bordado a veces se convierte en una tarea casi mística, o al menos, placentera.

"Cuando me siento triste, el bordado es mi refugio. Cuando me siento contenta es mi alegría. Cuando estoy deprimida es un medio de terapia para mí, porque todo el coraje que yo tenía en ese momento lo dejo plasmado en ese pedazo de tela", confiesa Ana Teodoro Hernández, que es una de las bordadoras jóvenes de la comunidad.

El oficio de Anita, María Victoria y Ana es lo que queda de una tradición que se remonta a orígenes que ellas mismas ya no pueden rastrear. Según narra la historiadora María Josefa Martínez del Río de Redo, las mujeres de la época prehispánica eran hábiles tejedoras, pero no podían bordar debido a la falta de un elemento crucial: la aguja de acero. La primera bordadora que llegó al Continente Americano, y que se estableció en Texcoco, fue una española, la beata...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR