Relicario/ Universidad del crimen

AutorAlejandro Rosas

El sonido de las cadenas arrastradas sobre el gélido piso de la construcción erizaba la piel. El panorama no podía ser más desolador: grilletes que colgaban de las paredes, el verdugo que se paseaba amenazante, el cadalso que esperaba su siguiente víctima.

Si las cárceles de la Perpetua -donde esperaban sentencia los reos procesados por la Inquisición- eran conocidas como la Bastilla mexicana, el temible edificio de la Acordada era el infierno en la tierra.

Una octava, inscrita en la fachada principal de la prisión advertía: "Aquí en duras prisiones yace el vicio,/ víctima a los suplicios destinada,/ y aquí a pesar del fraude y artificio,/ resulta la verdad averiguada./ ¡Pasajero! Respeta este edificio,/ y procura evitar su triste entrada;/ pues cerrada una vez su dura puerta/ sólo para el suplicio se halla abierta".

La sólida fortaleza se había erigido a lo largo del Siglo 18. En 1776, un temblor destruyó el edificio casi por completo y con su reconstrucción adquirió su fisonomía definitiva. Era inexpugnable y ocupaba lo que hoy es la esquina de Avenida Juárez y la calle de Revillagigedo.

Los delincuentes más peligrosos de la Nueva España habitaron la lúgubre prisión y el hacinamiento era escandaloso. En 1775, los reos de toda Nueva España ocuparon sus mazmorras en número de mil 920 individuos. Casi no podían moverse dentro de las celdas y la alimentación era terrible.

"Figuras patibularias, fisonomías demacradas y degradadas -escribió Manuel Rivera...

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