La utopía de la identidad

AutorEsther Kravzov Appel

Los sueños de vivir en un mundo unido son tan viejos como el mundo mismo. Francisco de Quevedo soñaba con llenar los mares de esponjas para que éstas absorbieran el mar y así los continentes quedaran unidos. Los sueños han ido cambiando a medida que la concepción del hombre sobre el mundo que habita se ha ido transformando. Dicha concepción se encuentra íntimamente vinculada al desarrollo de la tecnología, la cual ha permitido traspasar las fronteras naturales. Primero el mar, después los cielos, luego el espacio y ahora el ciberespacio.

Occidente se ha impuesto, desde el siglo XV, como la civilización de referencia para el mundo entero. Quizá debido a que el pensamiento religioso del que surge la sociedad occidental se conformó en el desierto, la cosmovisión que emerge no tiene como referente la diversidad, sino el monoteísmo y la imposición de la unicidad como propuesta para resolver los conflictos. La mayor diversidad que uno encuentra en el desierto está en el cielo estrellado y después de un largo caminar en el oasis. Nuestras ciudades son muestra clara de dicha propuesta, grandes edificios con pequeñas áreas verdes.

Amín Maalouf nos recuerda en su libro Identidades asesinas que los acontecimientos en que se fundó el mundo moderno fueron devastadores. "Occidente sintiéndose sobrado de energía, consciente de su nueva fuerza, convencido de su superioridad, se lanzó a la conquista del mundo en todas las direcciones y en todos los ámbitos a la vez, extendiendo los efectos bienhechores de la medicina y las técnicas nuevas, así como enarbolando los ideales de la libertad, pero practicando al mismo tiempo la matanza, el saqueo y la esclavitud".1

Occidente descubrió América como resultado de una de las más grandes empresas que han existido en la historia de la humanidad. Esta gran empresa fue, a su vez, resultado de un sueño muy viejo, el sueño de recorrer el planeta y llegar a los confines más lejanos y remotos para descubrir así la diversidad de personas, culturas y productos bajo el ímpetu de encontrar nuevas rutas comerciales hacia Oriente.

El sueño de cruzar la Mar-Océano o lo que en la actualidad conocemos como el Atlántico se convirtió en una realidad que sobrepasó en mucho la imaginación y las expectativas. Estimuló la codicia y la avaricia, pero más grave que eso, despertó el gran temor a lo desconocido, a la diversidad. En otras palabras, al otro. Ese gran temor no encontró forma de ser exorcizado.

El Nuevo Mundo se construyó a...

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