El vértigo de la victoria

AutorEnrique Krauze

"Estoy acostumbrado a luchar contra los elementos naturales: las heladas, el chahuixtle, la lluvia, los vientos, que llegan siempre inesperadamente: ¿cómo va a ser difícil para mí vencer a los hombres, cuyas pasiones, inteligencia y debilidades conozco? Es sencillo transformarse de agricultor en soldado". Estas palabras de Obregón a Juan de Dios Bojórquez describen con claridad su situación en 1912, al inicio de la rebelión orozquista, pero no en 1910, cuando estalla la Revolución de Madero. No: no había sido tan sencillo transformarse de agricultor en soldado. Su experiencia de lidiar con la naturaleza lo ayudaba, pero su prosperidad reciente, sus pequeños hijos y hasta una no muy velada simpatía por don Porfirio, lo disuadieron de incorporarse a la lucha inicial. Su sobrino Benjamín Hill, y como éste casi todos sus futuros compañeros de lucha, se lo reprocharían siempre acusándolo de advenedizo. Pero quien más se lo reclamaría sería él mismo. En 1917, en el prólogo a su apoteósico y no muy legible opus: Ocho mil kilómetros en campaña, Obregón se atreve a confesar, con todas sus letras:

"Entonces el partido maderista o antirreeleccionista se dividió en dos clases: una compuesta de hombres sumisos al mandato del deber, que abandonaban sus hogares y rompían toda liga de familia y de intereses para empuñar el fusil, la escopeta o la primera arma que encontraban; la otra, de hombres atentos al mandato del miedo, que no encontraban armas, que tenían hijos, los cuales quedarían en la orfandad, si perecían ellos en la lucha, y con mil ligas más, que el deber no puede suprimir cuando el espectro del miedo se apodera de los hombres. A la segunda de esas clases tuve la pena de pertenecer yo".

Se necesitaba valor para confesar, así fuera en plena victoria, su pretérita cobardía. El caso es que al triunfar el maderismo, y no antes, Álvaro Obregón se sube al carro de la Revolución. Su primera estación política fue la de presidente municipal de Huatabampo. Después de perder las elecciones para una diputación suplente al congreso local, Obregón hace sus pininos en política: su oponente tiene de su lado a la población urbana del distrito, pero Obregón pacta con varios hacendados y con Chito Cruz, gobernador de los mayos, y logra que peones e indios voten por él. De todas formas, el resultado parecía incierto. Sólo el apoyo de Adolfo de la Huerta, para entonces ya maderista prominente, inclina la balanza a su favor.

Las pequeñas obras de riego y educación...

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