Manuel Vázquez Montalbán: Se va el gourmet de la literatura

AutorHéctor Zagal

En el plato, ante Carvalho, creció oloroso un guiso oscuro y profundo, un guiso con memoria de sí mismo, con conciencia de ser huella antropológica. Pedazos de torta con deshuesadas carnes de conejo en un lecho de caldo sólido aromatizado por la pimienta, el romero y el tomillo.

Manuel Vázquez Montalbán, La rosa de Alejandría

Como tantos intelectuales de izquierda, Manuel Vázquez Montalbán sabía vivir. Su chalé en Vallvidriera tenía una cava de vinos franceses, envidia de los pudientes vecinos. Tales burgueses devoraban sus obras, mientras escuchaban los discos de Serrat, maldecían el franquismo y bebían botellas de Priorato. Precisamente en ese barrio -una especie de Coyoacán- vive Pepe Carvalho. Este detective, la más famosa ficción del escritor fallecido la semana pasada, resuelve crímenes entre comida y comida. Eso sí, banquetes salpicados de aforismos progresistas, de los que utilizan los intelectuales quienes no se resignan a zamparse unas gambas con berenjenas gratinadas en un planeta muerto de hambre.

Carvalho pertenece al panteón de policías gourmets y golosos: Nero Wolfe, el comisario Maigret, Hércules Poirot. En España se han publicado guías de restaurantes y recetarios basados en las aventuras del investigador catalán.

Vázquez Montalbán, como Arturo Pérez Reverte, forma parte de esa literatura ligera, pero entretenida y bien hecha, entretenimiento de la clase media con pretensiones culturales burguesas. Estos individuos clasemedieros mueven al mundo. Son un nicho de mercado tradicionalmente descuidado por los escritores creativos y solemnes.

Tales lectores están demasiado ocupados ganando dinero para comprar la casa de campo, y no pueden soplarse el Ulises de Joyce, Rayuela de Cortázar o algunas de esas linduras de la vanguardia checa. No obstante, ellos resultan demasiado inteligentes (y vanidosos) como para contentarse con Big Brother, Toma Libre y Otro rollo. Los relatos de Vázquez Montalbán -no sus poemas ni sus libros serios- satisfacen esta necesidad. La pequeña burguesía quiere leer algo sencillo, pero sin sentirse idiota. ¿Qué mejor que un detective astuto, honrado, irreverente y bon vivant?

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