Una ventana al Río de la Plata

AutorCarmen González

Enviada

MONTEVIDEO, Uruguay.- En la capital uruguaya de nada sirve hacer planes; la ciudad los deshace. El viajero debe detener sus pasos al llegar y esperar a que sus calles le indiquen por dónde empezar.

A Montevideo le gusta contar las historias que surgen en plazas, callejuelas y cafés. Al echar una mirada al interior de estos últimos, se antoja ser, aunque sea por un instante, un montevideano que toma mate, que habla de literatura, remarca el "vos" y sale a caminar por los pasajes de su "ciudad-madre".

Porque, si algo es seguro, es que Montevideo es mujer, su esencia femenina se siente a cada paso, cuando el viajante comprueba que aquí es imposible perderse, pues la ciudad le lleva de la mano y lo arropa con la sonrisa de sus habitantes.

La capital presume sus encantos: "Mirá, esta es mi Plaza Independencia, sentate a ver pasar el tiempo, tomate un mate y dejá que te cuente mi semblanza".

Tres historias perviven sobre el origen de su nombre. Una versión afirma que un marino que viajaba con Fernando de Magallanes expresó, en portugués: "Monte vide eu", que significa: "Yo vi el monte", cuando vio lo que hoy se llama Cerro de Montevideo, la pequeña elevación que preside la bahía del puerto.

Otra asegura que los españoles anotaron en un mapa la ubicación del cerro como "Monte VI de Este a Oeste" (Monte VI d EO).

Y finalmente, se dice que en 1520 Fernando de Magallanes nombró al mismo cerro Monte Vidi, casi 200 años antes de que la ciudad fuera fundada, en 1724.

Pero independientemente de la procedencia del apelativo, Montevideo se ha convertido en una entrañable conocida a la que da mucho gusto volver a ver.

En una banca de la Plaza de la Plaza Independencia, a la sombra del monumento del general José Artigas, un anciano toca el violín. Una melodía de Roberto Cantoral acompaña el paso de los andantes; dos bancas más allá, un par de jóvenes invita a las mujeres a su puesto de artesanías. "Lo que te agrade, flaca", pregonan.

El forastero podría pasar horas presenciando escenas como éstas, pero en el extremo oeste de la Plaza, un portal de piedra roba la atención como un imán.

Al calor de un café

Del otro lado del portón está la Ciudad Vieja, con la calle peatonal Sarandí como punto central. A la izquierda se encuentra la calle Buenos Aires, y en una esquina, el Café Bacacay.

El local no es muy grande, tiene mesas en la acera y en el interior se siente una calidez que parece decir "ya te esperaba".

Y es que sólo en los cafés se entiende...

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