Viaje en una cápsula del tiempo

AutorHaydé Murakami

“Quién sabe en calidad de qué, pero de que regresamos, regresamos”, profetiza uno de los animados pasajeros que ya entra en ansias removiéndose en su banquita de madera por que arranque de una vez el conductor hacia el viaje temático prometido: cantinas tradicionales del Centro Histórico.

La llovizna arrecia. Si uno se asoma por la ventana de esta réplica de un tranvía de principios del siglo 20 es fácil imaginar que es una cápsula del tiempo.

Se acerca una mujer a toda prisa, tratando de proteger sin mucho éxito sus chinos, y el tranvía estalla en un sonoro aplauso. Es la pasajera que faltaba del numeroso grupo que reservó su tarde del jueves para visitar estos lugares que en el siglo pasado eran considerados ‘de mala muerte’.

Francisco Ibarlucea, el guía de este recorrido, se presenta y luego presenta a Don Francisco Martínez, el conductor. “Mejor conocidos como los dos panchos”, bromea. Los pasajeros gritan, con el mismo entusiasmo de quien termina de llenar un cartón de lotería, que con “su pancho” completan el trío.

La máquina del tiempo se mueve al fin. Nos dirigimos a los templos del buen vivir, el buen ver y el buen beber, por supuesto, pero Ibarlucea no desaprovecha un segundo para contar, aunque sea por encimita, la historia de las construcciones que están de camino a la primera parada de este viaje.

Quizá sea un error de este paseo no presentar las credenciales de los que están a cargo. Quizá sea porque los pasajeros vienen en grupo o porque pagaron y creen que el guía es un improvisado que tomó un cursillo, se toman la libertad de platicar o de hablar por celular mientras él explica. Quizás no tendrían por qué saber que este hombre es uno de los narradores orales artísticos más solicitados cuando se trata de “cuentear” sobre el Centro.

Salud

Poco a poco la gente comienza a escuchar de verdad. El tranvía baja la velocidad al pasar frente al Salón Corona. Los hombres que beben en la barra levantan su tarro para saludar, y en el vehículo se hace gran alboroto, como si los pasajeros hubieran encontrado a sus hermanos perdidos. “¡Salud, salud!”, se dicen todos mientras nos alejamos sobre Bolívar para alcanzar Venustiano Carranza y ver de paso el Bar Mancera y la cantina El Gallo de Oro, que, hoy cerrada, aún posee la licencia número 3, obtenida en 1874.

Y justamente en Venustiano Carranza hacemos la primera de las tres paradas programadas. La Faena, que se autodenomina cantina y museo taurino, resguarda tras sus vitrinas algunas...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR