Entre el sueño y vigilia

AutorRafael Aviña

La cinematografía española de la última década, es decir, el cine de transición al nuevo milenio, ha intentado renovar el concepto de fatalidad a través de la paranoia, la explosión de los sentidos y la sensualidad corporal en relatos que oscilan entre el sueño y la vigilia, como lo muestran Los Amantes del Círculo Polar, de Julio Medem, Airbag, de Juanma Bajo Ulloa en tono de farsa, Tesis y Abre los Ojos, de Alejandro Amenábar y, por supuesto, las más recientes cintas de Bigas Luna y Vicente Aranda.

En ese sentido, vale la pena destacar el debut del joven Mateo Gil, co guionista de Amenábar, cuya cinta Nadie Conoce a Nadie (00), resalta no sólo por su atractivo diseño de producción, sino por sus perturbadoras concepciones sobre los miedos milenaristas y esa fina línea que separa la razón de la locura cuando se encuentra de por medio la supervivencia.

Simón (Eduardo Noriega) comparte su departamento sevillano con un extraño y solitario joven al que apodan Sapo (Jordi Miollê), quien rechaza tajantemente la religiosidad de la ciudad en plenas fiestas de la Semana Santa.

Simón, quien no comparte los tajantes preceptos de Sapo, es un incipiente escritor que se gana la vida realizando los crucigramas que día a día publica un periódico local mientras intenta concebir su primera novela, detenida por una crisis creativa. Sin embargo, al recibir un mensaje anónimo de tono amenazador, su vida va a dar un vuelco macabro al verse involucrado en una serie de actos terroristas y convertirse en víctima de un siniestro juego de rol que llevan a cabo un grupo de irresponsables fanáticos de esos pasatiempos de humillación, de influencias fantásticas y apocalípticas, con tal de combatir su aburrimiento.

Nadie Conoce a Nadie es sin duda un filme de la escuela Amenábar -quien por cierto aparece como compositor de la banda sonora-, ejemplos de un cine moderno y de claras expectativas comerciales que reciclan con inteligencia los lineamientos del thriller estadounidense (en particular las enseñanzas de Hitchcock y seguidores), en relatos que se nutren de la agresividad y la paranoia de fin de siglo.

La presencia de Amenábar

De hecho, el filme de Gil guarda varios puntos en común con Tesis (95): si ésta utilizaba la violencia audiovisual y la pavorosa clandestinidad del cine snuff como premisa, Nadie Conoce a Nadie se vale de los temores...

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