Vinos / Sin tema de plática

AutorRodolfo Gerschman

Regreso de una degustación en Playa del Carmen de ésas, ustedes saben, en que cada bodega tiene su mesa en la que coloca sus vinos y la gente pasa y prueba... y prueba. En estas ocasiones hay dos cosas que son interesantes: el vino, claro está, y el comportamiento de algunos asistentes. Del lado vino había unas 70 etiquetas de argentinos, en general de un buen promedio. Del lado público había profesionales, -hoteleros, restauranteros, sommeliers y también villamelones.

El caso es que en verdad, lo que uno quiere más que nada en el mundo es encontrarse en estos casos con villamelones. Representan la esperanza de una bocanada de aire fresco porque, a fuerza de estar con profesionales, comienzas a sentir el lenguaje -me refiero al lenguaje del vino- desgastado, erosionado, violado por un uso a menudo salvaje e indiscriminado.

Así es que cuando te sales del ambientillo, esperas encontrar a esa persona a la que van realmente dirigidos tus esfuerzos periodísticos: la que está apenas iniciándose, la que aspira a entender y a ponerle un nombre a sus emociones cuando explora una copa de vino.

Pero la esperanza puede trocarse en desilusión. Ese aficionado ya no es la tábula rasa de la que hablaba el filósofo John Locke y en la cual puede escribirse la historia desde el inicio. Ha estado en algunas catas, tal vez ha ido a un curso rápido de vinos de los que prometen inocularle una intravenosa de conocimiento que le volverá experto en pocos minutos. Y algunos, después de haberse dado una vuelta por esa iniciación al paso, han decidido que ahí está su futuro y que ese poco que han aprendido es suficiente para deslumbrar al mundo.

Ese aficionado que acaba de perder la virginidad te devuelve al mismo vocabulario, pero aún más desgastado -como un video pirata que pierde nitidez con cada copia. Cito nuevamente a Locke: "nada hay en el entendimiento que previamente no haya estado en los sentido". No sé por qué el vino, una bebida hecha para el placer, incuba a menudo la arrogancia y el desprecio por el dictamen de los sentidos.

Esta vez lo sufrió mi amigo Alonso Millet, importador y distribuidor de vinos en Cancún. Un asistente que regresaba por más Clos de los Siete 2008, un vino que es invariablemente un hit en las...

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