Visión mundial / Desde Filadelfia, el arranque formal de los republicanos

AutorGabriel Guerra Castellanos

En una costumbre que nada le pide a las antiguas prácticas democráticas mexicanas, la selección del Vicepresidente, un hombre que está literalmente -como dice el cliché- a un latido del corazón de distancia de la Presidencia del país más poderoso del mundo, está en manos de un solo individuo, el candidato, quien puede escoger a su antojo. Ahí nadie se ha amputado dedos ni manos.

Para quien haya seguido las convenciones de los partidos estadounidenses desde hace algún tiempo, esta de los republicanos (y también la que tendrán los demócratas, pero de ésa nos ocuparemos cuando suceda) no puede menos que suscitar nostalgias.

Antes, las convenciones servían como un auténtico ejercicio político, en el que delegados electos en las primarias llegaban a hacer (y a ser objeto de) tratos y trueques, todo con la finalidad de escoger al candidato a la Presidencia que mejor representara a los intereses de su partido. Estos eran definidos, como en cualquier democracia que se respete, por los concejos de ancianos que, reunidos en cuartos llenos de humo (de ese tabaco que todavía no causaba cáncer) llegaban a las conclusiones que más convenían a la patria, ya fuera ésta la del establishment de la Costa Este o la del establishment de los estados sureños.

Los viejos buenos tiempos cambiaron para siempre cuando la televisión comenzó a irrumpir en la política estadounidense, alterando la mecánica de las convenciones, que tenían que adaptarse a aquello que resultara telegénico, y claramente el humo de cigarrillo no lo era. Así que los ancianos cedieron el paso a convenciones abiertas en las que los delegados votaban de acuerdo con sus mandatos o a los de sus candidatos, que podían aún transar, en el buen sentido de la palabra, su apoyo a favor de otro mejor o más fuerte, a cambio de alguna concesión política o alguna posición futura.

Pero eso tampoco duró y de las convenciones abiertas pasamos a la era de las primarias instantáneas y todopoderosas, que en un par de meses pueden hacer o deshacer a una candidatura, en las que lo único que cuenta son el dinero ilimitado y el ingenio para los spots de medio minuto en la televisión, y en las que las críticas son mucho más poderosas que las propuestas.

No hay mejor muestra de cómo las prioridades han cambiado que la manera en que ahora se dividen las convenciones: en el piso, o en la pista, están los políticos tradicionales, los operadores y los delegados, además de los candidatos y sus séquitos, que harán apariciones...

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