Visión Mundial/ Saddam Hussein, de nuevo en la mira

AutorGabriel Guerra Castellanos

Hace una década el mundo observó cómo la más amplia coalición militar desde la Segunda Guerra Mundial hizo trizas al Ejército iraquí, que se había atrevido a invadir a su vecino Kuwait. Si bien nadie, ni entonces ni ahora, se pronunciaba en favor del "Carnicero de Bagdad", como amablemente se apodó a Hussein, lo cierto es que hubo ciertas expresiones de preocupación por lo que parecía un selectivo uso de la fuerza para defender al Derecho Internacional.

El pudor de los defensores tradicionales de la no intervención se vio alimentado por la descarada agresión de Iraq, cuyo historial antidemocrático, aunado a las atrocidades cometidas en la guerra contra Irán y en la represión de los kurdos, harían sonrojarse a cualquier aspirante a tirano. Así las cosas, la operación militar para desalojar al Ejercito iraquí de Kuwait no enfrentó resistencia seria ni en la comunidad internacional ni mucho menos en el mundo árabe, donde se veía con preocupación el expansionismo y el protagonismo regional de Saddam Hussein.

Pero cuando las tropas iraquíes se batían en una desordenada y por demás deshonrosa retirada, el alto mando aliado, es decir Powell y el entonces Presidente George H. Bush, decidieron poner un alto a la persecución, y salvaron así la vida -física y política- de Saddam Hussein y de su maltrecho Ejército. Las razones esgrimida en ese tiempo no sonaban del todo ilógicas: era necesario evitar un desmembramiento de Iraq, acechado por grupos separatistas al norte y al sur, y convenía más tener a un dirigente fuerte, así fuera como Hussein, que una atomización del liderazgo político.

Eran esas las épocas del desmoronamiento de la Unión Soviética y del bloque socialista, y los mapas cambiaban casi todos los días, con nuevos países, regiones que buscaban su independencia, y grupos étnicos que reclamaban para sí los símbolos nacionales a los que creían tener derecho. Así fue como los aliados, y muy particularmente los estadounidenses y los británicos, con sus distintas culpas históricas a cuestas, decidieron dejar a Saddam Hussein con vida, si bien limitada por sanciones y zonas de exclusión para sus tropas y fuerza aérea.

No tardaron mucho Washington y Londres en darse cuenta de que Saddam era todo menos sujeto de rehabilitación. El dictador siguió alimentando sus ambiciones por todos los medios imaginables, y para contenerlo los aliados no supieron más que apretar las sanciones y lanzar bombardeos sorpresa para tratar de impedir el programa de...

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