'¡Viva México!'

AutorAndro Aguilar

En las calles aledañas al Zócalo capitalino, una mujer batalla para cargar en brazos a su hija, quien tiene una discapacidad que la obliga a usar silla de ruedas, mientras policías revisan si no oculta algún artefacto peligroso. Poco después, una distinta madre debe catear frente a elementos de seguridad a sus propios hijos, con alrededor de tres y cinco años de edad, para demostrar que son inofensivos.

Es septiembre de 2015, y la escena es paradigmática de las actuales conmemoraciones del Grito de la Independencia que, 207 años después del cura Hidalgo, continúa siendo la principal celebración mexicana.

La toma del Zócalo por parte del Estado Mayor Presidencial, los cateos a toda la población, los cientos de vallas, los arcos de detección de metales, los miles de elementos policiacos y el acarreo de priistas del Estado de México para llenar las primeras filas frente al balcón principal del Palacio Nacional caracterizan la noche del Grito en el sexenio de Enrique Peña Nieto.

Pero no siempre fue así.

EL INICIO

La primera conmemoración del Grito de Dolores que dio inicio a la lucha independentista la hizo el insurgente Ignacio López Rayón, en Huichapan, hoy estado de Hidalgo.

Durante la Guerra de Independencia, hubo otros intentos por dejar en la memoria colectiva la gesta del cura Hidalgo.

José María Morelos incluyó, en Los Sentimientos de la Nación (1813), la idea de "solemnizar" el 16 de septiembre como el aniversario en que se levantó la voz de la independencia. Y después, en la Constitución de Apatzingán (1814), declaró ese día como fiesta nacional.

Pero la primera celebración oficial fue validada por el Congreso Constituyente hasta 1825, y estuvo a punto de cancelarse por la epidemia de sarampión que azotó a los habitantes de la Ciudad de México un mes antes.

Las fiestas fueron en la Alameda Central. El gobierno exhortó a los ciudadanos a iluminar casas y calles, y adornar ventanas y balcones. Pero prohibió la venta de licores y "los alborotos".

En las celebraciones, enmarcadas por ceremonias religiosas hasta 1857, fue común la liberación de esclavos.

Con el intento de la reconquista, en 1829, el rechazo a la Corona Española se puso de manifiesto en las fiestas independentistas.

Ese año, el gobernador del Distrito Federal, José María Tornel y Mendivil, autorizó en un bando "todas las manifestaciones de regocijo con que los mexicanos quieren solemnizar el decimonono aniversario de la independencia de la República".

La antipatía hacia los españoles permaneció aún después de que España reconociera la independencia mexicana, en 1836. Los pobladores manifestaban su rechazo con gritos de "muera" y las casas de los ibéricos, sus casas y sus negocios eran apedreados. La situación perduró hasta ya entrado el siglo XX.

Emmauel Carballo documentó un testimonio del diplomático Artemio de Valle-Arizpe, de 1908, en San Luis Potosí:

"Traía el populacho a mal traer, entre golpes y empellones, a un pobre hombre porque aquellos pelados potosinos dieron y tomaron que era gachupín. El infeliz, como Dios le ayudó, ya coloreado de sangre, pudo demostrar con tal o cual papel y, sobre todo, con el arrastre gangoso de las erres, que no era hispano sino francés de nación. Entonces, uno de aquellos exaltados y fervorosos 'patriotas' sentenció autoritario: '¡Ah! ¿Con que no es gachupín? Pues entonces que se vaya, y déjenlo para el 5 de mayo'".

La historiadora Patricia Galeana, directora del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, explica que la antipatía hacia los españoles se originó por los 11 años que duró la guerra y por el intento de reconquista.

Pero asegura que el Grito ha servido para integrar a la nación mexicana, más que para avivar el odio hacia España.

Con la invasión estadounidense y la intervención francesa, la animadversión fue redirigida hacia esos países.

El año en...

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