El vuelo de Chagall

AutorGuadalupe Loaeza

Marc Chagall ocupa un sitio particular en la historia del arte. Ha sido considerado como uno de los pintores más personales, originales y célebres del siglo 20. A lo largo de sus 98 años, Chagall creó un mundo pictórico inusitado, frecuentemente autobiográfico, que parecía haber sido pintado desde un balcón situado entre el cielo y la tierra. En sus pinturas, unió, fuera de todo contexto racional y de las leyes naturales, en un espacio irreal, su universo personal: recuerdos de infancia, sueños, premoniciones, fragmentos de una realidad ridícula, tradiciones judías y rusas, y sus amores. Irrespetuoso de la gravedad y de las jerarquías, el gallo y el asno, el violinista y el reloj, los ramos florales y los ángeles, los amantes y los acróbatas, la Torah y el crucifijo, Chagall con la magia de sus pinceles, hace que todos esos elementos fraternicen.

No sólo se dedicó a la pintura sino que también escribió poesía, diseñó escenografías y vestuario; realizó ilustraciones de libros, cerámicas, esculturas, tapices, obras gráficas y fue nombrado por André Malraux, ministro de cultura en tiempos de De Gaulle, para decorar el techo del Palacio Garnier, la Opera de París.

Marc Chagall, cuyo nombre real era Moishe Zakharovich Shagalov (Moishe Segal), nació en Vitebsk, en Bielorrusia, el 7 de julio de 1887, en el seno de una familia judía arraigada en la tradición jasídica. Creció al margen de un imperio ruso que rehusaba la plena ciudadanía a los judíos, asignándoles residencia en pequeñas aldeas, los famosos shetl. Se les prohibía, salvo autorización, acceso a la capital. De este universo limitado, pero mágico, en el cual el arte no tenía lugar, Chagall logró, a los 15 años, trasladarse a San Petersburgo para estudiar con el pintor y escenógrafo León Bakst. Ahí sufrió muchas penurias, humillaciones y trabajos, pero finalmente recibió una beca del mecenas Vinaver, que le ofreció la posibilidad de viajar a París en 1910. Para los artistas rusos como Chagall, la facilidad que había para viajar antes de que estallase la Primera Guerra Mundial suponía el que su arte estuviese abierto a las influencias modernas internacionales y pudiese conservar su carácter ruso.

En el París de principios de siglo, dos corrientes destacaban: el fauvismo y el cubismo. Así fue como, a pesar de que Chagall recibió influencia de ambas, no se unió a ningún movimiento, sino que tomó de cada uno lo que le convenía. En su obra maestra, Yo y la aldea (1911), la manera arbitraria e intensa con la que utilizó los colores evoca el fauvismo, al mismo tiempo que la composición, basada en círculos y triángulos, parece influenciada por el cubismo. Sus obras en ese periodo combinan los temas claramente reconocibles de su oriental y judía Rusia con las imágenes del Occidente moderno: escenas de su aldea natal comparten protagonismo con gatos franceses y la Torre...

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