Vuelve el arte político

AutorJosé Manuel Springer

( Segunda de dos partes)

Si bien los planteamientos temáticos de Francesco Bonami y sus cocuradores dejaron entrever un reacomodo de las piezas en el tablero, es decir, una suma de puntos de contacto entre la cartografía del arte y las temáticas específicas de cada región (Asia, Latinoamérica, Africa, el mundo árabe, Europa oriental y occidental), el segmento que correspondió curar a Gabriel Orozco merece mención aparte, pues por su disposición y tamaño (sólo participaron en seis artistas) fue el que mejor articuló un discurso cultural sincrético.

El aspecto general de este segmento, titulado Lo cotidiano alterado, dejaba ver en muchos aspectos la comunidad de intereses entre la obra de los artistas participantes con la obra de Gabriel Orozco. De Abraham Cruzvillegas, el juego entre los sombreros huicholes profusamente adornados y la sombrilla con plumas es característico de la mezcla entre el objeto encontrado y el objeto intervenido de la obra de este autor.

El amplio espacio entre objetos y su posicionamiento en la sala (la obra no está encerrada en cubículos) juega un papel importante en la percepción de la vinculación entre obras. La pequeña mesa con dos palos de madera de Jimmie Durham hacía eco del matainsectos eléctrico de Daniel Guzmán. Ambas obras ironizaban la intervención de la mano del artista en la creación. Uno de los palos de Durham había sido mordisqueado por un perro, el otro salió directamente de una máquina de corte.

El cotidiano alterado fue una introducción al ludismo y la especulación de la curaduría que le precedía: Zona de utopía, de Hans Ulrich Orbist, Rirkirt Tiravanja y Molly Nesbit. Orozco se preocupó por poner el objeto tridimensional en contacto directo con el espectador en una nave industrial que se prestaba a la lectura de un taller de creación urbana. La pieza de Fernando Ortega, una columna de barriles metálicos moviéndose en círculos sobre una plataforma, a. rma el vínculo de tecnología primitiva con el Volkswagen desarmado de Damián Ortega.

Ambas son producto de una estética creada y apropiada en la urbe. El tino de esta exposición consistió en ver la Ciudad de México desde adentro, sin caer en la afirmación de lo autóctono como clave de la interpretación.

De la controversia a la superproduccion

Una de las instalaciones que creó mayor controversia fue la del español Santiago Sierra, símbolo de uno de los extremos políticos de la propuesta de la bienal. El otro extremo tendió hacia la superproducción de objetos artísticos, concebidos por artistas como Mathew Barney y realizados por un equipo multidisciplinario, en los que se exploran aspectos de la subjetividad y la...

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