José Woldenberg / La enfermedad de la discriminación

AutorJosé Woldenberg

Una de las prácticas que corroe profundamente las relaciones sociales es la de la discriminación. Ya sea por el color de la piel, el sexo, el idioma, la religión, la orientación sexual, el origen nacional o social, la edad, la opinión política, la capacidad económica, la singularidad cultural, la discriminación siempre construye un "nosotros" y un "los otros" segregador, dominante y en ocasiones agresivo. Se trata de una pulsión profunda en los grupos humanos, con ancestrales raíces y nutrientes, que se envuelve en muy distintos ropajes, pero que siempre coloca en un plano de inferioridad a "los otros" por el sólo hecho de ser "otros". Se trata por supuesto de una construcción nociva que inflige penas y desdichas sin fin a quien queda ubicado del otro lado de la raya de la aceptación.

Hay una discriminación inercial, aceptada socialmente, casi invisible porque las fórmulas dominantes de comportamiento son incapaces de verla como tal. Y por supuesto una discriminación manifiesta, agresiva, violenta, que la mayoría dice rechazar pero ejercida por grupos beligerantes. Cuando el comentarista de futbol le niega los mismos derechos a un jugador nacionalizado, cuando a un presunto delincuente se le subraya su origen nacional, cuando en la fila de una discoteca se le obstruye el acceso a los que tienen facha de "pobres", cuando el cómico desata una rutina haciendo escarnio de los homosexuales, estamos frente a fórmulas de discriminación que, aunque sean rutinarias, reclaman ser condenadas y frenadas, porque en su despliegue lo único que hacen es edificar prejuicios en contra de grupos específicos. Es una discriminación que algunos calificarían de "light", pero que, ojo, no deja de ser discriminación y no debe ser alimentada.

Y por supuesto existe la discriminación ostentosa, grandilocuente, incluso asesina. Quienes tratan a los indígenas como si fueran subhumanos, quienes defienden un poco o un mucho de violencia aplicada a las mujeres o a los niños, quienes se reúnen para agredir a los homosexuales, quienes persiguen y extorsionan a los migrantes indocumentados, etcétera, si bien carecen de legitimidad, no por ello dejan de ejercer sus prácticas aberrantes. Sobra decir que esos comportamientos lo único que generan son espirales de odio y resentimiento que acaban inundando la convivencia social y destrozando vidas.

Por ello, todo lo que se haga para contrarrestar y erradicar la discriminación debe ser bienvenido. Y como bien señala Santiago...

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