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¡Qué mal viaje! Italia: Lunas de octubre

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Vincent
AutorAlejandra Muñoz

Sé que compartir este episodio con ustedes no es muy agradable, como tampoco para mí recordarlo. Pero de eso se trata.

Pasó en Sicilia aquel octubre de 1985. Invitada por mi amiga Mira Cantone a la casa que compartía con su compañero en Catania, resolví visitarla y dejar Roma por unos cuantos días.

Como era de esperarse, con ellos crucé plazas, comí en mercados, asistí a conciertos y visité museos durante el fin de semana que llegué, pero bien sabía que les resultaría imposible acompañarme a Taormina y Siracusa, dos ciudades que no debía perderme estando en Sicilia.

Me sentí privilegiada al poder visitar Siracusa, aunque sólo fuera en un viaje de ida y vuelta, pues tenía poco tiempo y en la bolsa apenas lo justo para el tren, pasear, comer con vino, comprar un recuerdito...

Todo bien, salvo -o pese- a que no contemplé la cancelación de mi tren de Siracusa a Catania, el último a las 9 de la noche. Hubiera dormido en la estación, pero nos pidieron desalojarla pues el tren no salió por amenaza de bomba.

No sé qué cara puse, pues unos italianos, de mi edad, ofrecieron darme un aventón en coche, que acepté considerando las circunstancias y la distancia; no estaba tan lejos de mi destino.

La primera parte del trayecto fue muy agradable, un viaje casi familiar. Nos detuvimos a cenar una pizza y tomar una cerveza en un restaurante a la orilla de la autopista: ahí charlamos y nos reímos como cualquier otro comensal.

Tan pronto arrancamos, el compañero que compartía conmigo el asiento trasero me dijo en voz alta que le gustaba, lo que no me sorprendió, pues con cinco meses en Italia me jactaba de conocer y manejar el flirteo de los italianos.

Sin embargo, apenas terminó su comentario, el que conducía dijo que a él también le gustaba y, sin más ni más, el copiloto comenzó a hablar de mi belleza. Lo que era un halago se convirtió en segundos en un acto tan violento que mi...

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