¿Fin de la literatura nacional?

AutorChristopher Domínguez M.

Toda literatura está sujeta al devenir de los ciclos históricos y la crítica debe aprender a estudiarlos mediante el ritmo de la larga duración. Hay ciclos largos que pareciendo imperturbables, no lo son, como el de ciertas literaturas continentales que, tras dominar Occidente desde el siglo dieciocho, entraron en decadencia desde mediados del siglo veinte. Otros ciclos, como el de la lengua inglesa, han cambiado de eje en varias ocasiones: hacia los Estados Unidos a partir de la publicación de Moby Dick en 1851 y hacia los escritores de la antigua Commonwealth, en las últimas décadas.

La literatura latinoamericana tuvo su esplendor durante la segunda mitad del siglo veinte, como le ocurrió exactamente 100 años atrás a la novela rusa. Las brasas de aquella hoguera iluminada por los nombres de Borges, Neruda, Paz se están apagando lentamente y, al hacerlo, pasan a integrarse a las constelaciones del canon, en el firmamento de la literatura mundial. Es previsible que, en las próximas décadas, no aparezcan obras de la envergadura de las de Rulfo, Lezama Lima, Guimar‹es Rosa o García Márquez y es justo que así sea, pues ninguna cultura tiene por qué librarse de los placeres del estancamiento o de la decadencia, como bien lo saben los franceses.

Esta proyección, desde luego, no tiene por qué gustarle a todos aquellos escritores latinoamericanos que, nacidos después del boom de los años 60 (que sólo fue la punta mediática de un sustrato cultural riquísimo), se sienten fatalmente condenados a peregrinar en los ya canónicos "cien años de soledad". Y esa peregrinación implica, a su vez, cancelar la identificación romántica entre cultura y nación, misma que convertía al escritor latinoamericano en una suerte de embajador ontológico de su país, destinado a explicar los misterios esotéricos de México, del Perú, de Colombia al público europeo. Es hora de asumir que la fiesta terminó y que el precio de haber ganado un lugar en la literatura mundial se traduce en el fin de nuestra excepcionalidad y de los fueros que el realismo mágico, falso o verdadero, conllevó. Hoy día, un escritor mexicano o colombiano tiene la misma oportunidad sobre la tierra -para seguir parafraseando a García Márquez- que un escritor checo o irlandés, para insistir en otras viejas periferias que, como la latinoamericana, acabaron por ocupar el centro.

La extinción de las literaturas nacionales, al menos en América Latina, no será desde luego un proceso ni natural ni lineal...

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