Zonas de alta tensión

AutorSylvia Navarrete

Si bien los cortes cronológicos siempre resultan arbitrarios, da la casualidad que los años 90 y la vuelta del siglo han sido el escenario de cambios fundamentales en las prácticas artísticas, sintomáticos a su vez de nuevas configuraciones en nuestro imaginario colectivo.

Internet anunció el duelo de la contracultura de los años 70, al difundir de manera masiva y deletérea la desencarnación de la conciencia humana. Se ha operado una mutación de la mirada y del cuerpo, de la cual el arte contemporáneo es tributario. Se pierde la relación intersubjetiva directa, se abstrae la carne, se virtualiza la sexualidad. El rostro, soporte metafísico tradicional de la subjetividad y de la identidad personal, pasa a un segundo plano.

Se va cancelando la oposición entre lo privado y lo público. Si bien el humanismo clásico perpetuaba la irreductible diferencia entre la esfera privada (dominio preservado de la vida de cada quien) y la esfera pública (regida por las reglas de pertenencia a la colectividad y de integración del individuo al cuerpo social), por el contrario se observa hoy una exposición acelerada de lo privado, mediante las ideologías de la comunicación universal y de la aldea global. Se altera el régimen de la mirada, en el momento en que el individuo entrega sin chistar su intimidad más secreta a la vista de todos. Y esto, con la intención de revelar los pormenores de la experiencia vivida, por más banal, neutra e insignificante que ésta sea (véanse los artistas que sacan fotos de interiores clasemedieros o de los desechos de su bote de basura).

Los contenidos del arte reciente son reveladores de la transformación de los deseos y los cuerpos, propia de la decenia pasada. El cuerpo se reinventa, según el modo deleuziano de la desterritorialización, constituyendo identidades movedizas, precarias y nómadas: es el cuerpo posthumano de las proyectos visuales de los 90, pero también, y más radicalmente, el del imaginario social, de la investigación genética y de los cuestionamientos de la bioética. El uso creciente de la pornografía en el arte plantea preguntas acerca de los límites entre lo real y lo simbólico, entre lo mirable y lo no mirable, entre el erotismo y la pornografía, y lleva a los creadores a aventurarse en aquellas zonas de alta tensión en que se denuncia el orden moral y social, y los tabúes sexuales. Se juega con la ambigüedad y lo equívoco (del cuerpo, del sexo y del dinero) y se reivindica la capacidad de resistencia de las...

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